Ya se huele en el ambiente la quemazón de las
manos de Rajoy haciendo palmas. Tenemos escenario nuevo con caras muy viejas de
viciados por el poder y de estancados, de mala hostia presente y de muy mala
futura.
Se ha encontrado el móvil de Diana Quer , ahogado y sin fuelle, pero no
a ella que sigue tan desaparecida como nuestra esperanza de que un cometa nos
eleve para ver estrellas campando por el cielo.
En cambio ,
los traficantes siempre encuentran un mañana- improvisando sobre la marcha- cambiado
naranjas por hachís y furgonetas abandonadas.
La guardia civil incauta y detiene, pero ellos -como adolescentes
nefastos- ya están buscando nuevo chollo que clavetearse en la cruz de la droga
.
Ya se huele Halloween en cada colegio público con la excusa del
bilingüismo, en cada academia privada con clases mensuales, en cada barrio que
se precie y en cada barriada. Pobres
muertos levantaditos para tanta gala, solitos en los cementerios con flores
plastificadas. Pobres muertos tan solitos en sus urnas
funerarias campando confiados lo que ya
no pueden en carne viva, protagonistas de fotos en la cuenta de Facebook del
doliente- junto a la urna- hechos un mar de cenizas. No
hay tristeza en las caras, solo desdicha, con fondo mágico y paradisíaco de una
lejana isla.
No
hay reposo vacacional para ellos, ni cementerio que los lacre, dejaditos de la
madre iglesia sin voluntad ni culpa. Ya
se huele en el ambiente, a pesar del calor, del tiempo loco perdido, de las
fiestas, del simulacro de nuevo gobierno. Ya se huele que algo ha cambiado porque
los muertos han campado en plazas y mercadillos, se han hecho protagonistas y
hay que visitar cementerios con huesos desmembrados y restos tétricos. Hay que
comer castañas asadas aunque nos caigan los chorreones de sudor de la frente al
canalillo y después sentirnos culpables y apuntarnos a maratones.
Pero es
la economía, el buen hacer de algunos que sacan a todo beneficio y cuando vas a
cremar a tu deudo te preguntan si quieres la urna sólida o sumergible. Porque los tiempos
han cambiado y se impone la racionalidad y los bajos precios y es mejor un
muerto -reciclado y en pecado -que uno en un cementerio, olvidado. Está muy penalizado
eso de sacar las urnas de paseo, no tanto lo de la infidelidad al sagrado
vínculo, ni lo de robar a manos llenas por clausulas estipuladas en
despachos. Al menos, la festividad ha
alegrado los bolsillos de las tiendas de barriada, de los comercios orientales
y de las floristas que están de capa caída a las puertas de los
cementerios. Los mazapanes sin azúcar saben a mentira y las
castañas asadas a chiste rancio, mientras algunas afortunadas bañan sus ganas
en aguas salinas, dejándonos a los mortales atados a la collera con tres palmos
de narices.
Ya se huele la alegría en las palmas de las manos de tanto frotarlas. Ya
se vislumbra el mañana en que saldrá otro día, y tras el otro más, en que
morirán algunos y otros se romperán de dolor al echarlos tanto de menos. Los
repartirán por el Rocío y por los caminos que anduvieron juntos y por los
viajes que se prometieron y nunca hicieron, siendo por todo ellos pecadores
inmisericordes. Reincidentes
en la idea de que los muertos son nuestros porque los quisimos y los tenemos
sin lápida ni reposo, en esculpidas urnas. Mil veces muertos y tan solos como
los de las flores del Campo Santo. Hay
quemazón y hay desgana. Hay dolor punzante y niños pintados en blanco y negro
intentando hallar un cauce. Una vida que no esté muerta, ni destrozada.
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