Es difícil volver a lo
que teníamos antes, a los recuerdos perdidos con sabor a alcanfor. Los niños
nos engañan diciéndonos que hay quien tiene futuro, con mochilas de mercadillo
y lápices reciclados camino de su vida. Sus lágrimas a lo desconocido nos
conectan vía placentaria a nuestros miedos más profundos , a que el clan se
disuelva y nos vemos solos a pie de abismo.
Llegamos a
septiembre como una meta , porque junio se nos quedó grande y se nos salieron
los omóplatos por las sisas antes de terminar el curso. Faltaron a los
recuentos finales los más ilustres que no volverán ni a recuperar lo que se
perdieron , ni a comenzar con nosotros nuevas andaduras. Esos que se fueron
antes de que dieran las notas finales, que no estuvieron en los últimos
partidos de la liga, saben que aún les queremos, que los sentimos más presentes
que los espíritus cárnicos que nos rodean solo para jodernos la existencia. Ya
han comenzado las primeras extraescolares que como van a golpe de paga,
necesitan septiembre en su totalidad para pegar la mecha y que los padres- sin
sexo asignado- creamos que nuestros vástagos van a llegar a artistas de la
pista. No sé quién se engaña más si ellos creyendo que sus clubes, sus escuelas
de idiomas o sus aficiones, llegarán al Olimpo tomando huella de sus plantas o
nosotros que vamos en procesión multitudinaria donde nos digan los niños , para
verlos todos ilusionados. Son las gradas
apeadero de corazones y aparcamiento de madres con carritos, de padres con bebes
llorados o abuelos que ejercen de ello. Todos ellos, hay que decirlo, dejándose
la niña de los ojos para mirar al geniecillo sin lámpara que malabarea para que
lo saquen en la foto de creerse que una selección, una competición o una prueba
, es marca de vida futura cuando no es más que otra mueca en la escopeta de la
vida. A mí me ha
enseñado mucho esa perra este verano, me ha doblado y descompuesto. Me ha
plegado y vuelto a plegar hasta que ha pensado que estaba medio bien para hacer
conmigo hojaldre . Luego de congelarme las ganas, me ha vuelto a doblar
metiéndome mantequilla de sebo entre los costillares para ablandarme el alma,
poniendo el horno de los días quemados a pie juntillas, para que mi masa
levantara y se afilara en capas y más capas que comerse en dos bocados.
No
se puede volver a lo que teníamos antes, a las discusiones tontas por teléfono
sobre qué vamos a comer o cuánto nos queda por volver a casa para compartir un
helado con dos cucharas. No se puede porque hemos masticado las bolitas de
alcanfor y tenemos aliento de muerto pegado en el fondo de la garganta. Así que
ahora vagabundeamos por este septiembre que va tan rápido que no nos llegan las
piernas para cogerlo en la parada.
Buscadoras perpetuas de nadas absurdas y levantinas, apegadas a una vida
que ya no nos llena, ni nos escancia esperanza.
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