sábado, 10 de septiembre de 2016

LA VUELTA

Resultado de imagen de de vuelta al nuevo curso

Es difícil volver a lo que teníamos antes, a los recuerdos perdidos con sabor a alcanfor. Los niños nos engañan diciéndonos que hay quien tiene futuro, con mochilas de mercadillo y lápices reciclados camino de su vida. Sus lágrimas a lo desconocido nos conectan vía placentaria a nuestros miedos más profundos , a que el clan se disuelva y nos vemos solos a pie de abismo.                                                                                                                                   Llegamos a septiembre como una meta , porque junio se nos quedó grande y se nos salieron los omóplatos por las sisas antes de terminar el curso. Faltaron a los recuentos finales los más ilustres que no volverán ni a recuperar lo que se perdieron , ni a comenzar con nosotros nuevas andaduras. Esos que se fueron antes de que dieran las notas finales, que no estuvieron en los últimos partidos de la liga, saben que aún les queremos, que los sentimos más presentes que los espíritus cárnicos que nos rodean solo para jodernos la existencia.                                                                                          Ya han comenzado las primeras extraescolares que como van a golpe de paga, necesitan septiembre en su totalidad para pegar la mecha y que los padres- sin sexo asignado- creamos que nuestros vástagos van a llegar a artistas de la pista. No sé quién se engaña más si ellos creyendo que sus clubes, sus escuelas de idiomas o sus aficiones, llegarán al Olimpo tomando huella de sus plantas o nosotros que vamos en procesión multitudinaria donde nos digan los niños , para verlos todos ilusionados.                                  Son las gradas apeadero de corazones y aparcamiento de madres con carritos, de padres con bebes llorados o abuelos que ejercen de ello. Todos ellos, hay que decirlo, dejándose la niña de los ojos para mirar al geniecillo sin lámpara que malabarea para que lo saquen en la foto de creerse que una selección, una competición o una prueba , es marca de vida futura cuando no es más que otra mueca en la escopeta de la vida.                       A mí me ha enseñado mucho esa perra este verano, me ha doblado y descompuesto. Me ha plegado y vuelto a plegar hasta que ha pensado que estaba medio bien para hacer conmigo hojaldre . Luego de congelarme las ganas, me ha vuelto a doblar metiéndome mantequilla de sebo entre los costillares para ablandarme el alma, poniendo el horno de los días quemados a pie juntillas, para que mi masa levantara y se afilara en capas y más capas que comerse en dos bocados.                                                                                                                                         No se puede volver a lo que teníamos antes, a las discusiones tontas por teléfono sobre qué vamos a comer o cuánto nos queda por volver a casa para compartir un helado con dos cucharas. No se puede porque hemos masticado las bolitas de alcanfor y tenemos aliento de muerto pegado en el fondo de la garganta. Así que ahora vagabundeamos por este septiembre que va tan rápido que no nos llegan las piernas para cogerlo en la parada.  Buscadoras perpetuas de nadas absurdas y levantinas, apegadas a una vida que ya no nos llena, ni nos escancia esperanza.

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