viernes, 16 de septiembre de 2016

EN UNA SOLA INSPIRACIÓN

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Un caballo quemado en Arcos nos refleja la máxima impotencia. Estaba atado a un carro, cuando el presunto prendió fuego al pajar que le rodeaba, condenándolo sin sentencia absolutoria. Luego de la fogata hubo fuga, sin mirar atrás porque nada dejaba que le importara.                                                                                                                La Guardia civil lo persiguió hasta detenerlo, identificándolo como el nieto del dueño de la finca ardida y del caballo muerto.                                                                                                        Todos estamos atados a un carro y cuando el incendio nos rodea, inspiramos a pleno pulmón intentando aguantar hasta que lleguen los de la Benemérita o tal vez los bomberos. Pero hay veces que no llegan, que ni siquiera persiguen a quien nos mata a llama lanceada y nos quemamos desesperados como el caballo. Nos despatarramos por entero, mientras se disuelve en nuestro interior la bilis amarga que tragamos.                                                                                                               Hay días en que todo nos molesta, en que hasta el respirar nos cuesta y que tenemos que ponernos de pie, aún con las piernas tronchadas.                                                                                   Hay instantes en que un artículo pesa lo mismo que un caballo quemado, que una espera en la parada del autobús aguantando al lerdo que maldice en arameo, que unos tacones clavándosete en el calcáneo a pura mala leche.                                                                      Hay momentos en los que te das cuenta de que te estás transformando, que ya no eres tú sino otra persona a la que no reconoces porque aún no te puedes mirar en el espejo, porque está lleno de vaho y no ves nada. Es entonces cuando ya no te importan las quemaduras, ni el dolor, ni las lágrimas, solo te concentras en respirar y que el aire llegue hasta los alveolos, porque te pliegas como una sábana almidonada, metida en un cajón, alcanforada.                                                                                                                  Eres caballo de piel quemada, materia muerta apestando a hamburguesería de barrio obrero, tirado de lado y gordo de leche agria, destrozado y acabado como la misma muerte. Y aun así, abatido por el rayo de la mala suerte, quemado por un idiota que se descerebra en bravatas maltratadoras de infelices, peleas. Aun así,  buscas con la mirada vacía el resplandor de una esperanza, quizás tan efímera como la brisa, como el rebrote de una lluvia piadosa, o la sonrisa de una niña que ayer perlaba sus pestañas de agua marina. Te levantas y despegas la piel quemada, te la arrancas a jirones aunque duela, las heridas las olvidas y pone pie tras pie, marchando como te enseñó Chari Arjonilla que en esto de resistir tiene un Master pro vida.                                                                     Sabes que solo unos pocos te entienden, más por género y condición que por simpatía, pero aun así te vale porque nunca fuiste muy ambiciosa y menos que en nada, en esto de las relaciones sociales que son más bien malla por donde escaparse los sentimientos. Sabes que dejaste atrás a los que te ataron al carro, que olvidaste el nombre de ellos y en cambio veneras a los que te dieron alas, para volar bien alto alejándote de lo ralo, muerto y quemado. 

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