Los que le damos a “lo
negro” vemos torcimiento a cada paso, sacándonos de la manga literaria narraciones,
en los que los protagonistas hacen cosas tremendas. Pero somos ilusos, porque
realmente nuestra sociedad desde la Prehistoria ya nos sacaba los colores, con
atrocidades a la carta. Cuando
mis hijos eran preescolares, los llevaba a aula matinal dando un corto paseo a
las siete y media de la mañana. Era
perfecto porque eran madrugadores y revolucionarios y a mí, en ese plazo, me
daba tiempo para encauzar mi trabajo. Luego me salió de las ramas que
convergen al camino de la avenida, un
masturbador lujurioso que me impuso su miembro como si fuera trofeo de caza,
amén de un par de Romeos en moto o coche, y el comentario de la chica de la
panadería de que habían violado a su compañera de turno, en su propio coche aparcado. Fue
la gota que colmó el vaso porque vi que lo que inventamos mentes con visado de escribanía,
es para algunos el pan de cada día. En
la prensa matutina pueden encontrar delicias pasteleras de muertes sin
resurrección, asesinatos por encargo, abusos a menores y tela marinera, que por
pasar página no se enmienda sino que parece que lo único que nos saca de
sucesos son los mangantes profesionales de guante blanco. Ya
les digo que existía en la Prehistoria, solo que entonces el que hacía mi
trabajo era anciano y no cazaba y le endosaban a los niños para que les contara
lo que les pasaría si fallaban con la lanza.
No sé si les pasa a ustedes, pero a mí se me queda un regusto amargo de
historias inconclusas, porque los que le damos a “lo negro”, ya sea en novela o
en cuento, enlazamos el desenlace para que el que lee lo disfrute. Desde
que murió el Caso ya no hay historia que se precie que te enteres de cómo acaban.
Luego está la fabulación, porque en mi caso soy incapaz de parar ahí sin ver
más allá cosas que quizás no existan, supongo que por deformación profesional
que ya llevamos en este tajo un rato largo. No sé si por la
afición de mi madre a leer el Caso o porque lo llevo tatuado en la vena cava,
lo cierto es que cojo un matinal y ya hilvano en reglones muy torcidos , casi
naufragados. Como lo del niño de Jaén o el juicio a acosadores, secuestradores
y aun así sin pena de cárcel, que no es que te saquen los colores sino la mala
baba, de ver que la racionalización y la justicia les protege a ellos , que nos
quieren quitar la piel de cordero y venderla en los mercadillos de
internet.
Y es que no vamos
hacia delante, ni inventamos nada nuevo que hasta la red está llena de
mangantes, asesinos, defraudadores y corruptos, sin olvidarnos de los que
abusan de niños y los que falsean por las dos caras. Pasamos
páginas y nos encabritamos, nos ponemos a dos patas y nos jodemos el estómago
que así vamos encorvados y ancianos, con solo cincuenta años. La violencia
está ahí, rodeándonos, nutriéndose de inseguridades, de padres que pasan de
preocuparse por sus hijos, de consentidores y de mala gente que se disfraza
para que no le cortemos las alas.
Está ahí en las aulas, en los recreos, en formación como los huesos y la
médula, esperando sobrecogernos una vez liberada, expuesta en las fotos de un
rotativo, de pixeles en fotogramas, de una noticia televisada a las nueve de la
noche.
Es algo que nunca tendremos los que cultivamos la ficción del “negro”
con personajes en las sombras, sin protagonismo de portada, como mucho
relegados a las páginas de cultura, mientras ella, la Violencia en mayúsculas
es reverenciada como la realidad que es
tragada a la fuerza, gargantas abiertas como las de los patos , con coladores
metálicos de boca ancha insertada en el pico, con los ojos llorados de tanto
cerrarlos de miedo.
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