Un perro puede valer lo
que un paquete de cigarrillos. O un pedazo de tu alma. Hay humanos para cada clase de
perro y perros con más clase que muchos humanos que conozco. “Risitas” que lleva en mi casa toda su segunda vida, es muy parecido al
bodeguero que han matado en el refugio de Sevilla. Igual el miedo que no se le
va de la mirada, ni el recogimiento perpetuo de rabo. Iguales palizas sufridas,
iguales embestidas de la mala suerte que es nacer perro en casa de chacales.
Cada vez que le veo el rabo encogido, de puro miedo e incertidumbre, después de
tantos años adoptado, me hierve la mala baba de no poderle devolver a su
antiguo propietario, lo mucho de dolor que le ha causado a mi perro. Y digo
propietario, porque los perros son mascotas que valen lo que un juguete
comprado en una supermercado en Navidades, lo que una pieza del coche, o lo que
algo que se devalúa al tiempo que micciona donde no debe o defeca en cualquier
sitio. Hay que educarlos y sufrir con ellos,
pagarles vacunas y desparasitarlos y eso cuesta, no solo dinero, sino tiempo
que no tenemos ni queremos gastar en esta sociedad donde nos sobra todo lo que
no consumimos en el acto, dándonos una satisfacción inmediata. Ni “Risitas”, ni “Fermín”, el
bodeguero asesinado, eran capricho de una noche de verano sino más bien perros
de caza, de guarda o de campo. Son de campo los que han entrado a robar y matar
al que se les ha enfrentado, como el pobre bodeguero que ha recibido un balín
de premio que se le ha metido en el corazón, dejándolo seco. Los otros
secuestrados en la bajeza de los humanos han sido podencos y galgos, material
preciado para la caza y luego regalarles vida infinita colgándolos de una rama
alta, con los pies de puntillas, torturándolos durante horas, hasta que
desfallecidos mueren estrangulados por su propio peso. No soy melodramática sino
grafica porque no tengo más que relatar lo que he visto indignada más veces de
las que quiero recordar, de animales maltratados, torturados y jodidos , por
gente que no tienen ni cerebro ni humanidad para pertenecer a los homínidos. He
visto a los de los refugios llorar de pena, de indignación y de rabia, porque
esos animales dan todo lo que tienen, a patas llenas. “Fermín” no podrá
encontrar ya una casa donde perseguir moscas de verano, o tomar el sol a pata
suelta, peleándose con sus hermanos caninos y ladrando a todo invasor que se
acerque a lo que él considera su casa. No podrá tener miedo -nunca más- a que
aparezca el chacal que le hizo daño, la víbora que le limó la esperanza a cada ladrido
que pegaba, porque lo han mandado al cielo de los perros con conducto directo,
de balín de mata y pega. Un perro puede valer lo
que un paquete de cigarrillos. O puede
ser tu mejor amigo, el de ojos enormes que te cuentan historias de cuando no te
conocía. Porque los perros maltratados, los
que han tenido la suerte de tener una segunda oportunidad para ver otra faceta
nuestra, lo agradecen con entrega absoluta y son tan fieles, tan
maravillosamente cálidos , que su muerte es una pérdida que nos corta un trozo
de alma. “Fermín
“se había ganado el derecho de defender a un amigo de dos patas, incondicional
y festivo, juerguista, amable con él y paseante de mil caminos, por donde se
confundieran patas y piernas hermanadas. Pero la rabia, la codicia humana y el
salvajismo lo frenaron en seco, envolviéndolo en la bruma de la desgracia que
nunca mereció por la condena de nacer perro y encontrarse de frente en su vida
solo con chacales.
No
hay más satisfacción que acariciar el lomo de un amigo peludo, de ver en sus
ojos las estrellas caídas, los tiempos perdidos y ese amor que solo te dispensa
el que te ama a tumba abierta.
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