domingo, 17 de abril de 2016

PECATA MINUTA

Fermín ha fallecido víctima de la herida

Un perro puede valer lo que un paquete de cigarrillos. O un pedazo de tu alma.                                                                                             Hay humanos para cada clase de perro y perros con más clase que muchos humanos que conozco.                                                                                                                                                              “Risitas” que lleva en mi casa toda su segunda vida, es muy parecido al bodeguero que han matado en el refugio de Sevilla. Igual el miedo que no se le va de la mirada, ni el recogimiento perpetuo de rabo. Iguales palizas sufridas, iguales embestidas de la mala suerte que es nacer perro en casa de chacales. Cada vez que le veo el rabo encogido, de puro miedo e incertidumbre, después de tantos años adoptado, me hierve la mala baba de no poderle devolver a su antiguo propietario, lo mucho de dolor que le ha causado a mi perro. Y digo propietario, porque los perros son mascotas que valen lo que un juguete comprado en una supermercado en Navidades, lo que una pieza del coche, o lo que algo que se devalúa al tiempo que micciona donde no debe o defeca en cualquier sitio.                                                                                                                                 Hay que educarlos y sufrir con ellos, pagarles vacunas y desparasitarlos y eso cuesta, no solo dinero, sino tiempo que no tenemos ni queremos gastar en esta sociedad donde nos sobra todo lo que no consumimos en el acto, dándonos una satisfacción inmediata.            Ni “Risitas”, ni “Fermín”, el bodeguero asesinado, eran capricho de una noche de verano sino más bien perros de caza, de guarda o de campo. Son de campo los que han entrado a robar y matar al que se les ha enfrentado, como el pobre bodeguero que ha recibido un balín de premio que se le ha metido en el corazón, dejándolo seco. Los otros secuestrados en la bajeza de los humanos han sido podencos y galgos, material preciado para la caza y luego regalarles vida infinita colgándolos de una rama alta, con los pies de puntillas, torturándolos durante horas, hasta que desfallecidos mueren estrangulados por su propio peso. No soy melodramática sino grafica porque no tengo más que relatar lo que he visto indignada más veces de las que quiero recordar, de animales maltratados, torturados y jodidos , por gente que no tienen ni cerebro ni humanidad para pertenecer a los homínidos. He visto a los de los refugios llorar de pena, de indignación y de rabia, porque esos animales dan todo lo que tienen, a patas llenas. “Fermín” no podrá encontrar ya una casa donde perseguir moscas de verano, o tomar el sol a pata suelta, peleándose con sus hermanos caninos y ladrando a todo invasor que se acerque a lo que él considera su casa. No podrá tener miedo -nunca más- a que aparezca el chacal que le hizo daño, la víbora que le limó la esperanza a cada ladrido que pegaba, porque lo han mandado al cielo de los perros con conducto directo, de balín de mata y pega.                           Un perro puede valer lo que un paquete de cigarrillos.  O puede ser tu mejor amigo, el de ojos enormes que te cuentan historias de cuando no te conocía.                                                             Porque los perros maltratados, los que han tenido la suerte de tener una segunda oportunidad para ver otra faceta nuestra, lo agradecen con entrega absoluta y son tan fieles, tan maravillosamente cálidos , que su muerte es una pérdida que nos corta un trozo de alma.                                                                                                                           “Fermín “se había ganado el derecho de defender a un amigo de dos patas, incondicional y festivo, juerguista, amable con él y paseante de mil caminos, por donde se confundieran patas y piernas hermanadas. Pero la rabia, la codicia humana y el salvajismo lo frenaron en seco, envolviéndolo en la bruma de la desgracia que nunca mereció por la condena de nacer perro y encontrarse de frente en su vida solo con chacales.                                                                                                                           No hay más satisfacción que acariciar el lomo de un amigo peludo, de ver en sus ojos las estrellas caídas, los tiempos perdidos y ese amor que solo te dispensa el que te ama a tumba abierta.

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