Las magras me libran de
hacer yoga y tener un cuerpo de sílfide.
No crean , mi trabajo me cuesta. Hay que deleitarse en ello y dejarte
las amarguras a pie de mesa, porque lo más normal es que la mala leche te quite
el hambre y pierdas esencia.
Pero las
que son como yo, persistimos porque nos van los michelines en ello y lo
llevamos en el ADN de nuestra familia. Preferimos el chocolate espeso para
llenar los tazones y llevarte a un sueño
reparador a las cuatro de la tarde, que hacerte unos largos en la piscina. Amparo Butrón
lo sabe, que se hizo en mi casa adicta a la buena vida, tras probar de
niña un bocata de chorizo, con café y leche . Ahí sigue, impartiendo sabiduría
en preescolar, sintiéndose bien, por dentro y por fuera.
En mi caso, la artrosis tiene la culpa de que no salga a paso ligero ,
ni haga amistades de senderismo, ni de footing, ni de yoga- guay, una
disciplina para la que debes estirar el pellejo y sociabilizar con quien luego
te la clava , estoqueada.
Soy de lo vulgar, lo más y de lo ordinaria, chancletera, así que me
gusta la mortadela, el sofrito, los chicharrones y la pella, la gente natural y
las arrugas por bandera.
No es populismo, ni
popularidad, porque soy agreste y árida, que no amargada, que denme tiempo y lo
estudiaré, solo sea hacerme callos en esta profesión que tanto quiero y que
tantos sinsabores da.
Los tacones de Letizia nunca me dieron envidia, lo que había bajo el
moño de la Leví, sí. Verde me verán por las entretelas, con la inteligencia
supina, el arte desbordado, la gente que canta sin afinarse la voz y los que
van a pie callado todos los días al trabajo para cobrar a fin de mes , una
miseria. Soy devoradora de todos ustedes, vampira de tres al cuarto, que los
observo en las paradas de autobús, cuando voy a ver a mi madre, cuando están y
son como son, calladitos o relajados, somnolientos, aventureros o enfadados. Me
los llevo y los transcribo y ustedes se reconocen o no, pero ya da igual porque
su esencia queda y permanecen y me alimentan, haciéndome engordar , no pudiendo
practicar tan real deporte, por el que me estiraría el pellejo y me sacudiría
la ironía, mientras levantaba los glúteos y afinaba la pelvis.
Son ustedes los que me hacen real, los que marean mi vida y conducen mis
parrafadas, los que engrosan mi cadera, llena de rotundidad, porque me dan seguridad
de ser lo que me de la gana. Lastima de que no nos lleguemos a conocer, porque
solo en escasas ocasiones, me dirigen la palabra, otras me miran con
incertidumbre, cuando yo nos les muerdo, más que cuando escribo , robándoles,
como Eulogio Romero , una parte de su
alma. No crean que me cuesta ,
que los nadis y los chakras los tengo doblados en la cómoda provenzal,
en los cajones de las bragas.
No aprendemos, no aprenden, pero es igual, cada una sigue en su reino.
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