Ya les hablé de la
asiática que conduce de película, pidiendo perdón con las dos manos sueltas del
volante, cuando se salta el paso de peatones, cerquísima de tus ancas. Saben de gente que va de bonitos con
los cincuenta cumplidos, ligones interminables de tarde de mesa camilla, con
susurros de comadres que no entienden cómo le ponen los cuernos a la niña.
Ahora es a otro al que le han hecho non grato por subirse a las matas y
comerse las flores. Es en su tierra, asediada por los bárbaros que odia a caja
destapada, temerosos de que el lider vuelva, con las manos ajustadas y el poder
a cadencia. Pero créanme, es dato
vanal, porque en verdad los non gratos persisten como los colacao cuneros, el
aceite de los churros y las malas digestiones. Ha
sido un médico fanático del copago el que me ha abierto los ojos en esta mañana
lluviosa para él, diciéndome que los jubilados deberían pagar por ser las
medicinas excesivamente baratas.
Fue a la salida del colegio,
dándome prisa yo por catar los primeros goterones, recriminándome él, porque al
fin, "solo era agua".
Llegué yo a mi casa, mínimamente húmeda, cuando estalló el cielo en la
tierra mojándola por entero, aún él, de vuelta a la suya . No pude por menos
que solazarme, llámenme lo que soy, porque lo mismo los jubilados tienen dioses
vengativos que les socorren, de los muchos males que les corroen. Me
dio que pensar, ya ven , en la asiática que no piensa más que en su útero
contento mientras va no sé adónde con tanta prisa; En un presidente que hace lo
que le da la gana y encima se abre pechera para que veamos los tatuajes
portuarios y en este médico padre de familia , con suegro que se niega a pagar
el copago, dicho por el, "aunque tiene una buena pensión y puede
hacerlo". Ante mis dudas de cómo podrían pagar los que tuvieran una no
contributiva, ya saben de esas de menos de cuatrocientos euros, se me arrancó
con unas risas de que más se gastan en loterías.
Así que la lluvia persiste , barrera a necios y mortales, a las insidias
de gente muerta como los dioses , fulminados por un rayo, a los malaleche y a
los que enfangan, por el hecho de ser unos hijos de mala matriz.
Si me ven pelín alterada piensen en las hormonas. No es mi cara, ni mi
boca, ni las yemas de los dedos. Es eso, la hormonación femenina que nos vuelve
ralas, lo mismo por eso en los aquelarres volaban las brujas , por estar tan
hartas de ser tratadas con ninguneo, con sobreprotección, con injusticia , y
sobre todo , con necedad palpante que es peor una frase por cabeza que un voto,
porque el voto cuenta , pero se pacta y se disuelve en el limbo. En cambio, la
frase queda estancada en la memoria, en el viento volátil transportada y lo
mismo rescatada un día , en que a un científico loco le dé por descubrir la
forma de hacerlo y le de vida a pensamientos de necio. No
crean que me olvido de él, porque se ha hecho viejo y vive en la casa de mamá ,
solo con sus cuitas, que no, porque ahí sigue, estampillado, deslomado de
conquistas y llorado, de muchas mesas camillas que protagonizó, allá hace ahora
veinte años, o treinta o incluso cuarenta.
Desbocanado está ,
pegado a un balcón que da a una calle,
con casapuerta. Es patético y difuso, como la lluvia que acongojó al médico del
copago, como la velocidad de la asiática y las hormonas que pueblan las yemas
de los dedos. Como
cada una de las frases trascritas, los besos robados, los suspiros enlutados,
las mejillas enrojecidas y la voluntad de cambiar, antes siempre de pasar por
el escaparate de una buena pastelería. Ya
les hablé de la asiática, de su cara compungida, de sus manos entrecruzadas,
del volante a su aire, de los pasos de peatones y de las personas non gratas.
Patético y difuso.
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