lunes, 22 de febrero de 2016

PERSONA NON GRATA


Ya les hablé de la asiática que conduce de película, pidiendo perdón con las dos manos sueltas del volante, cuando se salta el paso de peatones, cerquísima de tus ancas.              Saben de gente que va de bonitos con los cincuenta cumplidos, ligones interminables de tarde de mesa camilla, con susurros de comadres que no entienden cómo le ponen los cuernos a la niña.                                                                                                                      Ahora es a otro al que le han hecho non grato por subirse a las matas y comerse las flores. Es en su tierra, asediada por los bárbaros que odia a caja destapada, temerosos de que el lider vuelva, con las manos ajustadas y el poder a cadencia.                                          Pero créanme, es dato vanal, porque en verdad los non gratos persisten como los colacao cuneros, el aceite de los churros y las malas digestiones.                                           Ha sido un médico fanático del copago el que me ha abierto los ojos en esta mañana lluviosa para él, diciéndome que los jubilados deberían pagar por ser las medicinas excesivamente baratas.                                                                                                                  Fue a la salida del colegio, dándome prisa yo por catar los primeros goterones, recriminándome él, porque al fin, "solo era agua".                                                              Llegué yo a mi casa, mínimamente húmeda, cuando estalló el cielo en la tierra mojándola por entero, aún él, de vuelta a la suya . No pude por menos que solazarme, llámenme lo que soy, porque lo mismo los jubilados tienen dioses vengativos que les socorren, de los muchos males que les corroen.                                                                   Me dio que pensar, ya ven , en la asiática que no piensa más que en su útero contento mientras va no sé adónde con tanta prisa; En un presidente que hace lo que le da la gana y encima se abre pechera para que veamos los tatuajes portuarios y en este médico padre de familia , con suegro que se niega a pagar el copago, dicho por el, "aunque tiene una buena pensión y puede hacerlo". Ante mis dudas de cómo podrían pagar los que tuvieran una no contributiva, ya saben de esas de menos de cuatrocientos euros, se me arrancó con unas risas de que más se gastan en loterías.                                                                 Así que la lluvia persiste , barrera a necios y mortales, a las insidias de gente muerta como los dioses , fulminados por un rayo, a los malaleche y a los que enfangan, por el hecho de ser unos hijos de mala matriz.                                                                                    Si me ven pelín alterada piensen en las hormonas. No es mi cara, ni mi boca, ni las yemas de los dedos. Es eso, la hormonación femenina que nos vuelve ralas, lo mismo por eso en los aquelarres volaban las brujas , por estar tan hartas de ser tratadas con ninguneo, con sobreprotección, con injusticia , y sobre todo , con necedad palpante que es peor una frase por cabeza que un voto, porque el voto cuenta , pero se pacta y se disuelve en el limbo. En cambio, la frase queda estancada en la memoria, en el viento volátil transportada y lo mismo rescatada un día , en que a un científico loco le dé por descubrir la forma de hacerlo y le de vida a pensamientos de necio.                                            No crean que me olvido de él, porque se ha hecho viejo y vive en la casa de mamá , solo con sus cuitas, que no, porque ahí sigue, estampillado, deslomado de conquistas y llorado, de muchas mesas camillas que protagonizó, allá hace ahora veinte años, o treinta o incluso cuarenta.                                                                                              Desbocanado está , pegado a un balcón  que da a una calle, con casapuerta. Es patético y difuso, como la lluvia que acongojó al médico del copago, como la velocidad de la asiática y las hormonas que pueblan las yemas de los dedos.                                                 Como cada una de las frases trascritas, los besos robados, los suspiros enlutados, las mejillas enrojecidas y la voluntad de cambiar, antes siempre de pasar por el escaparate de una buena pastelería.                                                                                                              Ya les hablé de la asiática, de su cara compungida, de sus manos entrecruzadas, del volante a su aire, de los pasos de peatones y de las personas non gratas.

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