Creemos que podemos
pasar página en el calendario, pero la espumilla del polvo pasado se esconde
tras el dintel de la puerta. Somos los mismos disfrazados de buenas
intenciones, de esperanzas y sobre todo ganas de ser diferentes, pero la
realidad estanca, aprisiona y marca.
La acampada para comprar entradas en el Falla es marca de la casa, como
las ganas de encontrar trabajo y el apego fibrilar a las murallas de San
Carlos.
Somos los mismos, pero vestidos con novedad de año renovado. Nos
hemos puesto púas de comer lo que no teníamos hambre, de beber lo que no
teníamos sed y de bailar lo que nos han negado los callos.
Las mismas caras nos esperan a la entrada del colegio, las mismas en los
sillones del trabajo o la ventanilla donde sellamos las cartas que enviamos a
sitios que nunca veremos.
Los ancianos alojados en las residencias, verán mares atardecidos y
puentes elevados a través de los cristales opacos que nunca irradian calor ni
se abren a su libertad, porque el tiempo les cortó las alas y los recuerdos han
volado, extremaunción anticipada en vida. Son ellos los más añejos, los más
veteranos en esta penitencia que consiste en vivirla hasta que te deje sorberle
los pechos , mamados, de leche agría y fuerte como de camella, por tantos
tropezones como escancia.
El año
nos ha dejado, los Reyes han pasado y la vida se nos ha ido a manos llenas,
escurriéndose entre las grietas de las huellas que hemos dibujado en la arena
con el trasiego de nuestros pasos. Creemos
mucho en la renovación, en los ideales, en la justicia, pero seguimos
respirando un mundo encogido, diverso y lascivo, que se ceba en los más débiles
para sacar provecho de su desgracia.
Y ahí están ellos, latentes como una lacra, los que nos sonreían desde
las pancartas, los que se cuelan en nuestras casas, los que no nos dejan vivir
tranquilos, porque quieren perpetuarse en la historia cambiándose la piel con
ella, sobreviviendo a su propia necedad , que no es sino representar a tantos
con tantas miles de cabezas. Muchos
ya no creemos más que en la posibilidad de recuperar el azul del mar, los
sueños infinitos, la espera paciente y el rescoldo de los recuerdos infantiles,
donde eramos tan posibles, tan nuevos.
Un año nos
ha dejado, las comilonas nos han cebado, los regalos nos han secado los
bolsillos y las caras acontecidas y viejas están ahí, mirándonos a través de la
luna del espejo.
Los
reyes se fueron tirando sus sacas vacías, pobres abuelos, que vegetarán hasta
el año que viene en una residencia viendo atardeceres apagados sobre un puente
elevado, regalados por políticos ufanos en fotos que estamparán en periódicos
añejos, sobrevivientes de muchas ediciones, de muchos acontecimientos.
Correremos desnudos por la vida, llorones profesionales sin cuento, aspirando
tetas sedentes que nos ofrecerá el viento, hasta que nos den las uvas y
volvamos la cara enfrentándonos a lo que hemos hecho.
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