Si pudiéramos cambiar
de personalidad tan fácil como lo hacen las pantallas del Google, lo mismo no
tendríamos que reciclarnos a nivel espiritual. Si en vez de friegas de lejía a
lápidas pétreas nos frotáramos el alma corrompida, lo mismo no necesitaríamos
que nos hicieran creer que existe un cielo. Si fuéramos más valientes y menos
hipócritas para decir lo que pensamos, para hacer lo que sentimos y para no
darnos por vencidos a la mínima oportunidad, lo mismo podríamos ser hasta
íntegros.
Seria ese un mundo mágico donde no matarían a mujeres por el hecho de
serlo, donde no habría distingo de sexos, donde la caridad sería un eslogan que
estampar en una camiseta. Todos
estaríamos contentos con lo que somos sin envidiar al vecino, al hermano o al
del tercer piso. No habría divagaciones intrínsecas a la puerta del colegio ,
ni edulcorantes de maldad , ni residuos de bestiarios ajenos.
Nos tomaríamos un café por el gusto de amargarnos el gaznate y no por la
dicharachería que encarnan las maledicencias.
Deberíamos tomar ejemplo del mar que permanece integro a poco que le
dejen y unos bestias sin forma y rostro no lo enchurreten como no hicieron ni
fenicios, ni griegos, ni persas, ni aún romanos.
Ya ni el cielo está más que en las bóvedas de los altares de las
capillas, impreso entre gordezuelos angelicales que solo miran para arriba,
sabedores de la podredumbre que hay en los bajos. Ya nadie se reclina sino para
confesar pecados, errores que se dicen y pasan página, sin dañar más que
moralmente o indemnizar a los que tienen la suerte de contar con el amparo
judicial y que no haya prescrito la esencia.
Deberíamos tomar ejemplo del mar que permanece imbatible, mareándose a
todas lunas y aun así, perenne en nuestra mente, en nuestras napias y nuestro
aliento. Si
pudiéramos levantarnos cada mañana y amanecer como el día, ser esencia
inventándonos con las tostadas o los cereales, lo mismo teníamos una esperanza,
como las pantallas del Google o los amigos del face que parece que están ahí
para socavarte la calle y que te tropieces en familia. Podríamos construir un
mundo mágico poniendo las ganas, plisando calles, enterrando hachas de guerra de
rencillas batidas. Pero no queremos. Nos vale más la discordancia y el ruido,
porque no hay nada como santificar a la Esteban que lleva veinte años viviendo
a cuerpo de reina despotricando a mares batientes. Es mejor hacer vaquillas,
tirarte un chulo, sacarte una raya, aprobar por los pelos o mamarla en grande
que doblar los codos y aguantar el tipo, marcharte fuera, pasarlas putas y
contar una vaina, a los dolientes, como antes hacían los abuelos cuando volvían
de las Américas rotos por los fondillos bajos de los culottes. Andamos dando
vueltas de campana, campaneando por los pasillos, pasilleando las horas. Pobres
desmemoriados que no recuerdan mas que las balizas del temporal que los tiro a
la playa y los dejo escocidos.
Mi personalidad se acomoda a mi interlocutor. La cortesia prima mis acciones, No podemos herir la susceptibilidad del otro, pues a nadie le gusta que le digan la verdad.
ResponderEliminar