A estas alturas ya
estoy flácida. Al contrario de una serie estrella, no estoy en mi mejor final,
ni en el fin de temporada que supone un retorno luego en septiembre. Yo lo veo
lejanísimo , porque ya se me atraganta la hipocresía y los últimos trasiegos de
votos me llagan la boca y verdean , mis canas. La muerte de Zerolo me ha tocado
fondo. Qué injusta es la vida con los que luchan tanto. En cambio, los
maleantes de dos patas de cabra, van por ahí, dando saltitos, de mata en mata,
triscando ufanos. A estas alturas ya las madres se regocijan de no tener que
componer una sonrisa delante de la tutora de sus hijos , ni de tener que tomar
el café rancio de por las tardes. La gente se despendola de lo acontecido, que
no es más que vida gastada en fases existenciales que el verano acuna en rayos
de sol e hipotecadas playas. Aún no he catado el azul de los fenicios, ni la
bocana de su frialdad ha hendido mi pecho. Porque aún transfiguro mi cara y
revuelvo mi pelo, esperando que acabe la pasión de pasar un curso más. Un año
más levantando críos a las siete y media. Se hacen grandes y nosotros
empequeñecemos, pegados a un ordenador o metidos en una redacción o al pie de
una noticia que nos encalla las manos y nos
seca el cerebro , haciéndonos tiempo. No es el mejor momento, porque ando
cansada y metafísica. Los pactos son ruina de voluntades populares y más
parecen “Juego de tronos”. Zerolo se ha ido para no volver , haciendo presente
en mi día que los buenos caen para que la vida continúe y no creamos que la
mejoría puede nacer en un campo de violetas . Los descreídos somos legión, no
tanta como los hipócritas que copan todos los sistemas, que agotan por su
propio peso la tierra .Las madres desarrugan la sonrisa impuesta y las
profesoras rezan al dios de las pesetas. Nos vamos de vacaciones allá por julio
o por agosto o retornamos al paro o dejamos el paro o cambiamos de camisa
porque está arrugada y ya no interesa. Pero Zerolo ya no viste rizos profundos
ni sonrisa festiva, ya nada sale en su voz profunda. Sin que sepamos por qué
siempre tienen que caer los que menos daño hacen mientras las patas de ratas,
las ancas de rana y las arrugas enlutadas persisten agarrándose a la hiel. Ya
les dije que estaba flácida , que no hay emoción que me erecte y dispare mi
poco jugo, porque la Pantoja mini sigue imperenne y no la echará la audiencia
comprada, ni las criticas desoídas, ni las sonrisas enchufadas, porque es real
como los herbívoros que triscan la yerba que dio cobijo a los que cayeron en
mitad de ella, muertos de bala. Es el final de una recta, de un isósceles de
cien lados, todos medidos por las alturas, estructurados, donde somos, siempre
encontrados.
Hay días que la pena se hace fuerte dentro y quiere tiempo para dejar espacio a nada más.
ResponderEliminarUn abrazo