Si quieres ser santa en
vida, emparéjate y ten hijos. La
santidad como la paciencia, no se ve en que tus hijas te emborrachen y te hagan
abuelo y padre, al mismo tiempo. Se ve en lidiar con adolescentes hormonados que
no saben ni lo que quieren.
Tener que
levantarte cada día , para reventarte la espalda, ya es faena. Pero hacerlo a
tumba abierta, amarrada a una casa, es de telenovela.
Heroínas donde las haya, que inspiraron grandes obras, no saben nada de
pañales, ni de reflujo gástrico, ni de lloreras compungidas a las dos de la
mañana. Tampoco de flatos persistentes , ni de denticiones embabadas.
No veo a
Helena de Troya poniéndose a estudiar con sus hijos para sacar los parciales,
ni a los engendradores de quita y pon, frente a la puerta del colegio. Los hay
, que no digo que no, pero se nota la ausencia, la machez en las flores
colgonas de sus hijas, los días de feria.
No es feminismo, no divaguen, es
raciocinio y esperar y verlas caer, igual que si estuviésemos en el casino y el
crupier nos diera malas cartas. No somos santas, pero lo parecemos, porque nos
lo curramos, nos lo trabajamos y ahí estamos, con las manos en forma de
respuesta que no somos de Orange y no solucionamos los entuertos por megafonía.
Algunas somos agredidas por los que nos han mamado hasta la vida. Hartos encima
de nosotras que somos madres corajes y lloronas. Lloradas por no saber muchas
veces en qué nos hemos equivocado. A algunas nos dejan , los que más quisimos,
los ingratos que nos hicieron mujeres a secas, madres entregadas y amantes de
brazos sin encontrar puerto, a las seis de la mañana.
Ya no nos hacen el amor
de madrugada, porque barrenamos en arameo. Ya no somos princesas, sino la reina
de los pulpos que quería la voz de la Sirenita. Porque qué otra cosa sino la
voz, la esencia de la juventud, es la que se nos va diluyendo entre las yemas
de los dedos.
Damos un paso acelerado y
nos tropezamos porque las cuentas no nos cuadran y el trabajo no nos cunde.
Hacemos malabarismos para estar, para ser, para quedar y para soportar el peso
de todo ello sobre las almohadillas de las cejas.
No somos santas pero lo
parecemos... Trabajadas, hundidas, revenidas y deslomadas. Sacaderas de
alientos hundidos, de perdigones de vida. Palpitadoras de ilusiones, porque al
fín , aún no estamos muertas.
Nunca se acordarán de nosotras ni aún cuando lo
estemos , los que nos pegaron de nuestra
sangre, los que nos abandonaron sin conmiseración , ni ciencia, yéndose a otros
brazos y otros silencios, porque nunca
serán historia nuestra.
Reveniremos, porque el día se alza y nosotras con él.
Santas de andar por casa, en zapatillas o con tacón estrellado en mitad de la
acera. Amalia, Sara, Antonia, Chary o Mariluz... Con un poco de suerte ,Ana,
marcharemos en procesión de esperanzas.
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