La lluvia ha plateado
las calles y respiramos verdín y agua marina. Los carrillos esperan a las
puertas del condumio , mojándose. La gente no se moja porque vienen llovidos de
casa, con el estómago vacío y las cuentas inciertas. Ya
se abandonan a su manera de morir cien veces, miles, cada vez que se asientan
allí, en cualquier acera y hacen cola para que les den comida. No hay vergüenza
en sus caras, solo resignación y hastío, solo que no los vemos, nadie los ve , porque
como lo imposible, se esconde de la rutina , de la vaciedad presente de
anuncios de coches y mujeres espectaculares. Me
mandaron unas fotos de mi tierra, de calles adoquinadas y festivas por las que
pasarán procesiones y cantarán saeteros, solo que en ellas se veían paisanos
vestidos de día corriente, con un carrillo aparcado a la derecha- bien lejos-
para que parezca que no es suyo, porque el hambre acecha y no deben saberlo los vecinos. La lluvia lo
platea, lo escinde y lo allana, igualando el agua de bocacalles y azoteas, destemplando
los huesos viejos , haciendo presentir la muerte. Es suerte de tener un techo y
de poder cobijarte en él, piensas cuando llueve y te mojas por completo. Pero
la suerte es esquiva y mata lentamente, dejándote el alma muerta y la cara
desencajada, el estómago vacío y las ganas impuestas. Las colas del hambre nos
sacan los colores porque no las veíamos, porque se nos escondían entre los
pliegues de la ignorancia, porque nos han sacado los ojos y nos las han
mostrado y aún así no creemos , lo que vemos , porque nos quema . Uno detrás de
otro, rostros eternos, cansados y pertrechados en la nada de ser vulgares, de
ojos, de pies y manos y sin embargo, diferentes, porque llevan un carrillo vacío
que tiene vida propia.
Mi
tierra es tu tierra, y es la de ellos, que hacen cola para comer porque el paro
traga, las cuentas no se pagan solas y hay un trecho con mucha pendiente que te
lleva a toda velocidad a volverte invisible. Son
los nuestros los que hacen colas para poder comer, para poder tener lo que todo
el mundo debería tener, no son seres venidos de otro planeta , por mucho que
nos extrañe que en nuestros días , en nuestra tierra , este tipo de cosas
puedan ocurrir. Vemos
lo que nos enseñan, la publicidad y lo que les interesa a ellos , los que se
asientan en el poder, que son vendedores de farsas para perpetuarse y vivir
bien. Quieren que les creamos , que nos convenzamos de que la realidad es la
nuestra de trabajar, pagar y sobrevivir, pero los carrillos están ahí parados,
expectantes, bajo la lluvia, queriendo abrirse como los huevos de Alien . La conciencia se nos
dispara y no nos deja dormir, la lluvia
golpea y la charla incesante, caduca y bajísima de los que esperan, nos estalla
en los tímpanos, porque es llanto quedo , de niño abandonado a su suerte. Es
una cola larguísima, abultada en forma de pitón que se traga ilusiones, que
esconde en su vientre tanta frustración, tanta tristeza , que quizás puede
llegar a engullirse hasta nuestra esperanza en la mejoría.
La lluvia cae emborronándolo todo, tapando los cristales de las tiendas
que están a punto de abrir, violáceo el cielo y los futuros, las ruedas de los
carrillos , enfiladas en marcha regia y soldadesca. Los pies juntos, los
cuerpos plegados, las voces calladas y el ritmo fijo en un instante , en que
sonó el clic de un disparador , nos
hirió los ojos y la realidad se hizo presente y fuimos carne de cañón, para
plegar los pasos con los suyos y hacernos piel a tiras. La
gente no se moja porque vienen llovidos de casa, con el estómago vacío y las
cuentas inciertas. No se moja la vergüenza, que ya se desterró a otras tierras,
ya solo se moja la ilusión, el destino, las epopeyas que quedaron para vestir
santos de comedia latina ,en puertas , casapuertas, de ojo tuerto de Polifemo.
Duele una realidad cercana que no solo obviamos sino que mantenemos.
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