Es fecha de precampaña
de Pascua, así que en las clases de religión toca adobar la muerte en
cabestrillo. Los críos de ocho, como los míos, alucinan con el cielo, e incluso
alguno ha derivado en la idea- tanto -que va a tener que pisar suelo de
psicólogo.
Y es que la
muerte atormenta, en el caso de criaturas , más por el desapego de los suyos
que por lo que significa de término en sí misma.
La muerte del que resucita no
es muerte , sí la del decapitado filmado mientras el asesino porta la daga.
A
los críos no les importa el cielo que lo ven en cinemascope, que como las
tecnologías han adelantado tanto , con los efectos especiales, ya el temor no
es lo que era, porque los zombis molan más que un resucitado en una cueva.
La
religión se les hace un nudo en la lengua, no entienden nada porque en casa no
abonan la cosecha y solo es celebración e igualdad de márgenes de patio de
vecinos, de piscina compartida y festejo.
La buena fe, la verdadera se ha
perdido y los pocos que quedaban íntegros como piedras se han difuminado con
los escándalos de los periódicos de sotanas compungidas, avergonzadas y
trémulas.
El cielo no es un paraíso,
sino una distancia, donde no hay ventanas por las que ver a tu familia y tú que
solo tienes ocho y aún te queda mucho mundo por montar, lo ves como una
tragedia, no como una alegría.
La muerte nunca es una victoria, adornada de
malvas y púrpuras y rojos claveles, la muerte sí es renacer, lo es en la
naturaleza y en dejar sitio, en morir para que los tuyos prosperen y como los
esquimales , puedan cazar al oso otro invierno más.
En mi caso, el renacer está
en la yerba, en la primavera polinizada y asmática, en los brotes verdes reales
y no fingidos, en el timbre del diablo y en la Parca asesina.
Mis hijos lo
entienden y no lo ven como una tragedia, porque nosotros recordamos a los
nuestros no en imágenes danzantes, ni en postales mayestáticas, sino en la voz
baja, la sonrisa o la estrepitosa carcajada, de los hechos gloriosos que
hicieron los nuestros, más aún en nuestra piel y en nuestros huesos, con el
recuerdo.
Nadie está libre para tirar la primera piedra, nadie tan etéreo como
una pluma, nadie tan vacuo como un ojo tuerto , ni tan mágico y actual como un
resucitado que postula con la ingratitud de los demás , que ni le entienden,
sino que encima le acribillan.
Es época de precampañas, de votaciones, de
palios elevados y de pies juntos , bajo una amalgama de espaldas comprimidas, tiempos
de bajar la voz y elevar el canto, de matar las malas pulgas en incienso
derretido, de boletines de notas y de profesores de religión que hablan de la
muerte y la gracia del cielo, en horas lectivas.
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