Los políticos se
perpetúan como las serpientes. Transmutan la piel, pero no el alma, que anda
empitonada en una silla. Visten galas moratorias y se cobijan en la ignorancia
de los que no vemos, ni somos árbitros paritarios. Mientras, los que andamos a dos patas, gastamos la vida
en vilo, navegamos por negras aguas y vegetamos tras el cristal de una
residencia de ancianos.
Es clarificador ver los nubarrones pasar, dejando el
aliento verdinoso de la marea, que va embutida en los cirros violáceos y la
salada espuma. Es vivir no estar presente en aviones que se la dan y trenes que
explosionan y cuerpos que enferman con dolor y batacazos electorales.
Es alivio
de cuerpo ver noticias y no ser protagonista de ellas, endiosarte en una butaca
muy vieja que te hace la cama y te recoge y no martiriza tu espalda, que viene ya vejada de cavilaciones y
desasosiegos. Es morir sentir pasar el tiempo en la bravura del levante, en la
arena de la marea baja y en los paseantes con perros. Juntos parecemos más,
pero al fondo vamos solos, tanto como ese amigo cargado de perro, que con cara
de infeliz, contaba sus desgracias amarrado al can, en el Marítimo, soñando con
una bicicleta que le supiera a cincuenta euros.
Los tiempos no están cambiando,
solo los niños creciendo, los calcetines, agujereados, los libros en el
mercadillo, los regateadores compuestos y sin paga y los funcionarios
atascados, en su casillita de salida, hartos de dar la cara.
Los parados se nos
disuelven como azucarillos y los jerséis de la Rodríguez son deleite de labores
varias, que debió ir al mismo de monjas que muchas de nosotras, que campamos
por liberalidades y otros albedríos.
No me entenderá ni mi padre con la lengua
torcida y tosca, con el aliento fétido después de las elecciones y la resaca de
no beber para no perder la locura. No me entenderán ni los que no me siguen, ni
los que me clavan alfileres de ignorancia, porque entenderte no es amarte sino
darte en la retaguardia, como el Grey de las narices, al que le faltan la
hierbabuena y los garbanzos.
Ecosistema de la Bahía, aguas de piel azulada sin
sirenas, sino emigrantes, sin cantores de jazz sino negros embarcados sin
boleto, que cruzan los mares para desventaja suya. Fronteras disolutas,
guardias de quita y pon, funcionarios al fin que perecen de aburrimiento e
inanición.
Políticos reversibles, mayorías minoritarias y en mercadillos se
tira la propaganda que podía dar de comer a unos pocos. Las promesas se las
llevará el poniente que es frío y seco, malgastado y devorador de azoteas y
quedará el mar intranquilo, la niebla puesta, el estrecho que aguarda para
fagocitarnos y el voto del Cerro del Moro, entusiasta a los de Podemos.
Luego
se verá venir, dirán que lo decían las encuestas, pero nada será verdad, solo
que los políticos de cualquier color persisten en su hipotética y que nosotros
nos vamos por la cuneta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario