Es miseria de cuerpo
entero ver letrados arremangados a la puerta de los juzgados. No hay foto fija
que impresione tanto ni que describa mejor la crisis que una justicia
esquilmada y vieja. Hay falta de medios, eso dicen, pero no, es falta de dinero
a secas, falta de que la gente pague, de que el Estado invierta y de que
funcionarios no tengan que verse como pedigüeños sin panderetas. Es pena grande
para alguien que cree en la justicia llegarse a un juzgado y verte letrados
como gaviotas, volando bajo, esperando chanza, bien vestidos y calzados, pero
sin pleito que llevarse a la boca. La justicia
gratuita no llega y la gente que la usa no tiene ni la deferencia de darte las
gracias, porque cobras de la olla común de la que salen colegios, profesores y
las puñetas. Los
pleitos se dilatan en el tiempo, los funcionarios se mimetizan con los archivos
y los expedientes y las medias se infiltran en las pantorrillas y las togas se
humean. Se ve normal
que se pierdan cosas en los juzgados… la paciencia, el hambre, las ganas de
vivir, las creencias y las ilusiones. No se comprende tanto cuando los asuntos
políticos se interfieren y cabecean con la justicia, porque entonces todo se
mira con lupa y los jueces son estrellas y no un magistrado de provincias,
comiendo un paquete de patatas de la máquina , a las cinco de la tarde. Es esa
máquina de los juzgados, salvavidas de muchos, pues atempera en los juicios a
los testigos, deslumbra a los bajos en azúcar y da paciencia y tesón, a los que
tantas horas están allí fiscalizados. Hasta los civiles de la garita son
caras afables, gordinflones prejubilados de carreras y turnos de guardias
maquiavélicos, transmutados por esa vigilancia pacífica y sencilla donde nunca
pasa nada más que trasiego de gente, algunas veces muy enfadados, otras muy
asustados y siempre confundidos. No
hay malos rollos , más que los profesionales, en un sitio donde lo único que se
imparte es justicia y si no es en los trágicos penales , en los que la
furgoneta verde de los civiles se aparca en primera fila y el esposado entra
custodiado como en película americana, lo demás es día a día , de una
cotidianidad que asusta. Es lastimoso
ver a los funcionarios esquilmados en sus despachitos, con las fotos de sus
hijos, los calendarios saeteados en rojo, expectativos de vacaciones y puentes
intempestivos, los despachos judiciales tan impolutos y ese run run de trabajo
neutro, aséptico y sencillo como de jabón lagarto. Es
tristeza haber estudiado tanto, haber hecho oposiciones, haber llegado entre
los primeros espermatozoides del BOE y llevarte los días enteros por pasillos
inacabables, con expedientes que se multiplican, causas que no cesan y verte sin poder haber hecho todo lo que se
te encomienda por partes. Los ciudadanos
nos cansamos, queremos más , pedimos y reclamamos, para siempre pasar por el tamiz
de ver la justicia como algo que no es ajeno, raro, diferente a nuestra esencia
más plegada a juicios paralelos con la cara de algún conocido comentarista , desvelándonos
las castañas que se echaran al fuego. No queremos esencia, queremos
deslumbramiento, queremos jueces Grey y Alayas hermosísimas con finas piernas y
medias de seda, letrados adelantados y que cobren en pesetas, que nos lleven
los juicios gratis y que encima los ganen , que para eso está la justicia , para
hacernos una cama con ella. Somos los descendientes de aquellos que admiraron a
Perry Mason, de aquellos que una vez estudiaron y ganaron una plaza y que ahora
vegetan en los juzgados, llamando a declarar con voz afilada , a la puerta con
la mirada fija en el asfalto esperando a la clientela o tras
el estrado , alisándose las puñetas, deseando que termine el juicio para irse a
casa, sin que lleguen las cinco y tenga que asaltar de nuevo la máquina de las patatas
fritas.
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