lunes, 23 de febrero de 2015

DE JUZGADOS Y LETRADoS


Es miseria de cuerpo entero ver letrados arremangados a la puerta de los juzgados. No hay foto fija que impresione tanto ni que describa mejor la crisis que una justicia esquilmada y vieja. Hay falta de medios, eso dicen, pero no, es falta de dinero a secas, falta de que la gente pague, de que el Estado invierta y de que funcionarios no tengan que verse como pedigüeños sin panderetas. Es pena grande para alguien que cree en la justicia llegarse a un juzgado y verte letrados como gaviotas, volando bajo, esperando chanza, bien vestidos y calzados, pero sin pleito que llevarse a la boca.                                    La justicia gratuita no llega y la gente que la usa no tiene ni la deferencia de darte las gracias, porque cobras de la olla común de la que salen colegios, profesores y las puñetas.                                                                                                                               Los pleitos se dilatan en el tiempo, los funcionarios se mimetizan con los archivos y los expedientes y las medias se infiltran en las pantorrillas y las togas se humean.                     Se ve normal que se pierdan cosas en los juzgados… la paciencia, el hambre, las ganas de vivir, las creencias y las ilusiones. No se comprende tanto cuando los asuntos políticos se interfieren y cabecean con la justicia, porque entonces todo se mira con lupa y los jueces son estrellas y no un magistrado de provincias, comiendo un paquete de patatas de la máquina , a las cinco de la tarde. Es esa máquina de los juzgados, salvavidas de muchos, pues atempera en los juicios a los testigos, deslumbra a los bajos en azúcar y da paciencia y tesón, a los que tantas horas están allí fiscalizados.               Hasta los civiles de la garita son caras afables, gordinflones prejubilados de carreras y turnos de guardias maquiavélicos, transmutados por esa vigilancia pacífica y sencilla donde nunca pasa nada más que trasiego de gente, algunas veces muy enfadados, otras muy asustados y siempre confundidos.                                                                              No hay malos rollos , más que los profesionales, en un sitio donde lo único que se imparte es justicia y si no es en los trágicos penales , en los que la furgoneta verde de los civiles se aparca en primera fila y el esposado entra custodiado como en película americana, lo demás es día a día , de una cotidianidad que asusta.                                  Es lastimoso ver a los funcionarios esquilmados en sus despachitos, con las fotos de sus hijos, los calendarios saeteados en rojo, expectativos de vacaciones y puentes intempestivos, los despachos judiciales tan impolutos y ese run run de trabajo neutro, aséptico y sencillo como de jabón lagarto.                                                                                                              Es tristeza haber estudiado tanto, haber hecho oposiciones, haber llegado entre los primeros espermatozoides del BOE y llevarte los días enteros por pasillos inacabables, con expedientes que se multiplican, causas que no cesan  y verte sin poder haber hecho todo lo que se te encomienda por partes.  Los ciudadanos nos cansamos, queremos más , pedimos y reclamamos, para siempre pasar por el tamiz de ver la justicia como algo que no es ajeno, raro, diferente a nuestra esencia más plegada a juicios paralelos con la cara de algún conocido comentarista , desvelándonos las castañas que se echaran al fuego.        No queremos esencia, queremos deslumbramiento, queremos jueces Grey y Alayas hermosísimas con finas piernas y medias de seda, letrados adelantados y que cobren en pesetas, que nos lleven los juicios gratis y que encima los ganen , que para eso está la justicia , para hacernos una cama con ella. Somos los descendientes de aquellos que admiraron a Perry Mason, de aquellos que una vez estudiaron y ganaron una plaza y que ahora vegetan en los juzgados, llamando a declarar con voz afilada , a la puerta con la mirada fija en el asfalto esperando a la clientela o   tras el estrado , alisándose las puñetas, deseando que termine el juicio para irse a casa, sin que lleguen las cinco y tenga que asaltar de nuevo la máquina de las patatas fritas.

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