Es difícil desmadejar
las tripas , para esforzar una sonrisa. Es difícil , estar alegre cuando echan
a gente de sus casas y ya la historia nos aburre, porque no nos llaga , más que
para agriarnos la mirada. Pero nos curamos las legañas y miramos para otro
lado, a las europeas y al poder que se corrompe a trozos , porque las poltronas
tienen huecos para el reposo de las nalgas, que rezuman savia bendecida. Y
nadie dimite y las portadas siguen cambiando caras y envejecemos y penamos
calles y sorteamos tráfico y hacemos hueco de estrógenos y papilas gustativas ,
para los que ocuparán , nuestro sitio mañana. Perecederos somos y en
estanterías rebajadas nos veremos, con la sanidad maltratada, los votos
resquebrajados y los imbéciles primeros de lista , aterrorizados, de que las
encuestas les sitúen , donde se les pueda echar la pata. Paz ganó el bote,
justo el día que mi hijo estaba ingresado y después de seguirla un mazo, mi
hija y yo, no pudimos verla, completando el rosco de Pasapalabra. La niña se
duerme arrullada por el eco de las acertadas y me mira y dice,” te las sabes
todas, deberías ir”, mirando de reojo la pantalla. Pero no sabe nada, mi
pequeñita, por eso lo dice, del miedo escénico, ni de la timidez mamada. Porque
yo ya veía portadas en los tiempos en los que mi madre iba a misa a San
Francisco y me quedaba en las puertas arqueadas, en los hábitos franciscanos
que parecían paja andante, en las sandalias, en los muros blanqueados y en el
rictus de locos, que tenían los mártires en peanas, elevados. Puede que la vida
haya cambiado, pero seguro que el sol que se ciega, la luna que vela y los árboles
cortados, no han cambiado, si acaso, como el tiempo , dan saltos. Y es que las
portadas se suceden , porque son prensa y es fácil perdérsela entra las yemas de
los dedos, antaño tocándola y embarrándote los manos de tinta negra y ahora
empujando los digitalismos con las ranuras impresas , en nuestras huellas.
Hemos cambiado nosotros , que no nos vemos, sino en las fotos del face, esos,
los que tienen selfilismo y se retratan como antes con los fotógrafos a la fuga
de voluntades renuentes, con caballitos en ristre y cámara que pesaba un
quintal, en las espaldas, a pie de subida de la Alameda , con vapores de mar
antiguo, hastiado por la tristeza de ver a los fenicios , hacerse calicha en su
tierra. Ahora convergemos y suspiramos, esperamos colas y vegetamos, nos
hacemos carne y hueso y ya no soñamos, más que con que haya trabajo, como si
eso fuera una demencia de santo franciscano y no un propósito de enmienda.
Porque no nos enmendamos , ni tenemos fundamento , más que el de fugarnos de
esta portada impresa en tres D, que no amamos, con gente llorada , por perder
necrópolis que albergue su esencia.
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