No lleva lanza al
ristre, sino carrillo arrastrado, por las inmediaciones de Pinar Hondo. Se
apoya levemente en el cristal de una tienda de muebles, mientras mira el
aparcamiento del Súpersol, desierto, antes de las nueve. Hay un coche de alta gama
medio aparcado , con la puerta del conductor abierta y las llaves puestas, sin
pasajero, ni nadie que lo guarde y el lacónico Don Quijote lo mira con desdén,
mientras sus perros flacos, sin pulgas, bostezan. Luego se harta del estado
contemplativo y se va diluyendo, perros a rastras, encadenados a su destino, de
enflaquecimiento y dejadez de carnes magras. Asienta ya sin miedo, sus nalgas esperanzadas,
en un banco enfrentado al preescolar y mira- sin ver- el patio infantil, por
donde no se asoma –aún- la vida. Del carrillo que una vez fue azul cielo, hoy
todo mugre marrón, saca una bolsa bien cerrada , que desata y reparte entre los
canes, que atienden lacónicos , como su dueño, a su llamada. Es comida seca de
perros, bolitas exactamente iguales, como hermanas gemelas, único sustento,
amén de dos barras de pan tan hirsutas, como la perilla de un viejo. El día se
hace en los balconcillos de los pisos de vecinos , de los alrededores, con
tendederos de los chinos llenos de ropa menuda, con las persianas que se
levantan y pasos que se oyen, en acercamientos tímidos al principio,
conjuntados después y a tropel, antes de que en los relojes , den las nueve
menos cinco. Luego de esa hora ,ya huidos todos a sus destinos, desaparece, el
flaco sin corcel, con sus perros , su cara triste y su juventud galopante. Desaparece,
sin expediente equis, como la crisis en los periódicos o la muerte, asesinado, de Lorca; Como los represaliados, como las víctimas
del holocausto, como los museos empolvados y la gente, que se roe las tripas de
hambre, frente al televisor. Quizás, solo quizás , porque nunca existió, como
la esperanza, la solidaridad o las buenas noticias. Algunos dirán que sí, que
siempre existieron, pero será , solo porque ellos quieren creerlo. Así viven
más tranquilos, en sus vida burbujeantes de ilusiones y saciedades de bote de fibra,
de dietética. Pero el Quijote estuvo entre nosotros, vivió para verlo, con
chanclas gastadas, ojos hundidos y casa a cuestas. Todos estuvimos y fuimos,
entrando y saliendo del laberinto de los bancos, consumiendo y gastando,
comprando, tarjetas de crédito, que nos nacían en la roña de los pies y que ahora pagamos con silencios, con
ausencias y asentimientos. Porque es mejor no ver, no sentir y no oír, las
tonterías que se van diciendo. Es mejor no leer, no poder hacer y el estar
quieto. Mejor callar, no soñar, para no penar y que no te corten los
pensamientos, Quijotes huidizos y pasmados, comedores de bolas de pienso
perruno, soñadores de pacotilla y desviadores de fondos reservados de miseria,
para comer un día más , respirar un día mas y dar otra vuelta en el laberinto.
¡Qué bien escribes! se beben tus palabras y es que todos vivimos en un laberinto y si alguien encuentra la salida nos parece raro. Miramos sin ver, caminamos hablando por teléfono, entramos y salimos de los lugares como autómatas... Y mejor no pensar, no vaya a ser que nos encontremos a nosotros mismos...
ResponderEliminarSaludos afectuosos
Saludos para ti , Alondra y gracias por leerme.
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