viernes, 16 de mayo de 2014

EL QUIJOTE




No lleva lanza al ristre, sino carrillo arrastrado, por las inmediaciones de Pinar Hondo. Se apoya levemente en el cristal de una tienda de muebles, mientras mira el aparcamiento del Súpersol, desierto, antes de las nueve. Hay un coche de alta gama medio aparcado , con la puerta del conductor abierta y las llaves puestas, sin pasajero, ni nadie que lo guarde y el lacónico Don Quijote lo mira con desdén, mientras sus perros flacos, sin pulgas, bostezan. Luego se harta del estado contemplativo y se va diluyendo, perros a rastras, encadenados a su destino, de enflaquecimiento y dejadez de carnes magras. Asienta ya sin miedo, sus nalgas esperanzadas, en un banco enfrentado al preescolar y mira- sin ver- el patio infantil, por donde no se asoma –aún- la vida. Del carrillo que una vez fue azul cielo, hoy todo mugre marrón, saca una bolsa bien cerrada , que desata y reparte entre los canes, que atienden lacónicos , como su dueño, a su llamada. Es comida seca de perros, bolitas exactamente iguales, como hermanas gemelas, único sustento, amén de dos barras de pan tan hirsutas, como la perilla de un viejo. El día se hace en los balconcillos de los pisos de vecinos , de los alrededores, con tendederos de los chinos llenos de ropa menuda, con las persianas que se levantan y pasos que se oyen, en acercamientos tímidos al principio, conjuntados después y a tropel, antes de que en los relojes , den las nueve menos cinco. Luego de esa hora ,ya huidos todos a sus destinos, desaparece, el flaco sin corcel, con sus perros , su cara triste y su juventud galopante. Desaparece, sin expediente equis, como la crisis en los periódicos o la muerte, asesinado,  de Lorca; Como los represaliados, como las víctimas del holocausto, como los museos empolvados y la gente, que se roe las tripas de hambre, frente al televisor. Quizás, solo quizás , porque nunca existió, como la esperanza, la solidaridad o las buenas noticias. Algunos dirán que sí, que siempre existieron, pero será , solo porque ellos quieren creerlo. Así viven más tranquilos, en sus vida burbujeantes de ilusiones y saciedades de bote de fibra, de dietética. Pero el Quijote estuvo entre nosotros, vivió para verlo, con chanclas gastadas, ojos hundidos y casa a cuestas. Todos estuvimos y fuimos, entrando y saliendo del laberinto de los bancos, consumiendo y gastando, comprando, tarjetas de crédito, que nos nacían en la roña de los pies  y que ahora pagamos con silencios, con ausencias y asentimientos. Porque es mejor no ver, no sentir y no oír, las tonterías que se van diciendo. Es mejor no leer, no poder hacer y el estar quieto. Mejor callar, no soñar, para no penar y que no te corten los pensamientos, Quijotes huidizos y pasmados, comedores de bolas de pienso perruno, soñadores de pacotilla y desviadores de fondos reservados de miseria, para comer un día más , respirar un día mas y dar otra vuelta en el laberinto.

2 comentarios:

  1. ¡Qué bien escribes! se beben tus palabras y es que todos vivimos en un laberinto y si alguien encuentra la salida nos parece raro. Miramos sin ver, caminamos hablando por teléfono, entramos y salimos de los lugares como autómatas... Y mejor no pensar, no vaya a ser que nos encontremos a nosotros mismos...
    Saludos afectuosos

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  2. Saludos para ti , Alondra y gracias por leerme.

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