El problema de los
muertos enterrados en profano es que no tienen seña de identidad, más en un
país como el nuestro en el que se ha matado tanto. Mi madre que ahora transita
tranquila , por la vida, tragándose lo que ponen en la tele, era muy ufana de
“El caso” , así que no es de extrañar que yo mamara novela negra , de donde
tiene que hacerse , de los pechos de la realidad. Recuerdo por ello, casos
renombrados, de gente que sacaba las tripas en manteca y después se iba a
dormir la mona, tan tranquilos. También me vienen a la memoria crímenes de género
, que entonces les llamaban “pasionales”, porque se cometían en mitad de lo que
ahora llamaríamos -muy sabiamente- la mala leche e impotencia del asesino , para
errar en el tiro de gracia que se tenía que haber pegado, antes de matar a su
mujer o sus hijos. Perdonen la sinceridad , pero es que llega la semana santa y
el perfume a divinidad callejera se me sube a las fosas nasales, junto a los
recuerdos infantiles a incienso y cirios, derramados por las aceras. Sangrantes
velones , que se disuelven como los huesos de Marta en lo desconocido, en la
mente del asesino , que se sabe bien las leyes , porque son escuelas de derecho
las cárceles y mientras no aparezca el cuerpo no hay portadas , ni fiscalías ,
ni investigaciones. Es penitencia muy compleja, la que andan padeciendo la
gente de Marta y lo es porque ya los titulares de “este cuerpo no es el
nuestro” o “qué pena que no tengamos los restos”, nos escarnecen , porque no
entendemos en profundidad- ni queremos -lo que pude llegar a ser la pérdida de
un hijo y más , en semejantes circunstancias. El duelo de Marta lo levamos
todos en cierta medida y como las situaciones tensas que no llegan a ninguna
parte , queremos que excrete, que rompa el cordón umbilical maldecido y que
salga a la luz, lo que nunca debió , de estar muerto .Hemos envejecido con ella
y ahora nos retrotrae a lo que es nuestra tierra, muertos sin nombre que poder
identificar , porque murieron, se descuartizaron o fueron matados , hace más de
doscientos años. País de asesinos , sin serie de identificación final, país de
ingratos que matan a mujeres por no saber ser hombres , ni vestirse por los
pies, cobardes mil veces, que hacen morir a una niña y no tienen vergüenza ,
porque no se encuentra su cuerpo , ni sabemos lo que fue de ella. “El caso”,
que leía mi madre, cuando aún se pintaba los labios y usaba medías de seda, se
apellidaba en negritas… “criminal” y valía menos de cien pesetas. En sus
páginas aceitadas, había mucho de Carcaño en letra impresa, mucho de la
historia mala de nuestro país , real, que es mucho más de hachuela , que de
pandereta.
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