Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas, pero con una infinita
paciencia. Como toda la vida,
tengo ganas de atusarme las ideas, de romperme en dos y mirarme por dentro.
Quiero ver si existe un universo donde mi carne maldita sea pasto de
agradecimiento, en vez de cobardía de necios. Ellas pasan y no me ven, yo hago
como que no las veo. Creen que estoy senil y loca, pero atino a discernir lo
bueno de lo malo, lo gratificante de lo aciago y muerto, porque yo soy eso, solo una voz que clama en
el desierto, henchida de orines y excrementos. A
lo lejos se oyen ecos de copla y tanguillos, gente que pasa y no llega, gente
que hace su vida y me olvida, porque ya soy la nada perdida , entre muros
obsoletos.
El contacto humano se me hace cuesta arriba y prefiero estar así, viendo
la televisión, diosa estática y egipcia , que perdona a los demás la
indiferencia, que ella misma disfruta.
Somos todos nosotros órdago de los cielos, tufo de miseria , para ellas , que con sus
batas blancas , dicen que velan por nuestra ausencia. Cambian sus caras , por semanas, de turnos
partidos , pero no cambian sus maneras, maneras suaves con la presencia de los
de fuera, maneras bruscas, con la soledad de los de dentro. Hay horas prefijadas
para todo, dobladas y planchadas con almidón , como la ropa de cama, que quema
las escaras y hace salir la rebeldía, de un intento de grito o breve furia, que
se quema en la debilidad o la vejez extrema.
Llueve fuera, pero no lo oímos porque vegetamos, pasamos las cuerdas del
reloj , sin que haya manecillas que nos limiten las ruedas. Rodamos de un lado
a otro de la sala, llevados por sus ágiles manos, por sus batas blancas que no
pesan y por sus caras ofuscadas. Queremos caber todos, debemos caber todos, en
esta sala inmunda donde el televisor da las horas y los sueños de algunos se
hacen realidad sin mañana. Estamos todos …los lisiados, los retrasados, los
descerebrados y hasta algunos desgraciados, que –como yo misma-están aún
cuerdos. Rodamos como las gotas de lluvia , hacia la oscuridad, lenta y
trabajosamente, para irnos por el desagüe de la vida, por los ventanales que
traen ecos vívidos de lo que se nos fue, vida de carnavales pasados, de fiestas
grandes, de piñatas y casinos , con zapatos de aguja de tacón y fotos en blanco
y negro. Algunos fuimos en esa otra vida, no esqueléticos viejos, transportados
en ruedas hinchadas de tragedia, sino personas y no cosas, reflejos amados y no
pañales expandidos, porque como la lluvia , caímos del cielo, trepamos por
montes y laderas, hicimos agosto en nuestra piel y después viajamos hasta el
infierno del mundo, envenenándonos en
amargos charcos , negros y viscosos. Llueven, sonoras gotas que atraviesan la
monotonía y sin embargo la dejan quieta, bendita tragedia.
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