Se abre entre nosotros
una brecha que nos separa sin que nos demos cuenta, infame y sangrienta, porque
disuelve la realidad entre los que pueden y los que no, que se están haciendo
de pura piedra. En
el colegio de los niños, este año, han cambiado a los protagonistas de la
jornada de solidaridad y en vez de mandar para África, dinero , para hacer
pozos de agua potable y medicinas, han pedido kilos de comida , para solventar
la necesidad de familias , con sus niños estudiando , en este mismo
centro.
Y nos ha tocado y nos llega, porque ya están aquí, sin voz aflautada y
tienen nombre y apellidos y están entre nosotros, porque no hay que salir para
ver la verdad desnuda , que nos acecha.
Es Elena con dos hijos y sin paga , trabajando a dos manos y sin poder
llegar a fin de mes, quejándose de depresión y desencanto, sin poder trepar por
la frontera lusa, hasta donde haya trabajo que saque a la familia de
apuros, porque no tiene con quien dejar
a los niños , ni dobla bien el idioma de Shakespeare.
Es duro saber que se llama a esos críos pobres, porque lo son, pero ayer
no lo eran, porque sus padres tenían trabajo y cotizaban a la seguridad social
y vivían en una casa hipotecada, que
ahora , con suerte , disfruta otro infeliz con más suerte, en un precario
alquiler, rezando a todos los santos para que no les falle y se la lleve por
cuatro euros, el banco. Se
han hacinado estas familias de tercera categoría, en casa de abuelos mal
pensionados , comiendo todos, no de la olla gorda, sino del caldo que la abuela
hilvana , echándole toneladas de agua del grifo.
Son historias que me contaban los herederos de la guerra civil, que solo
hace poquísimos años me escandalizaban y escarnecían , porque me parecía
imposible que en mi propio país hubiera existido tanta miseria.
Hay cada día más tragedia cercana, más agua para el puchero y más ruinas
de locales vacios, con sueños destrozados y rotos , de pequeños empresario que
invirtieron todo lo que tenían , dejando en igual crisis que la suya , a
proveedores que cayeron y se hundieron, al mismo ritmo que ellos, por la
infamia de hacernos creer algunos que todo estaba bien y que la economía
funcionaba. Se echan, ahora, la culpa
unos a otros, ellos , los que salen en las fotos de portada y aquellos otros que se llenan los bolsillos,
con nuestra desgracia, que encima dicen que gastamos de más o consumimos de
menos, cuando no hacemos otra cosas que querer trabajar, cobrando mucho menos de lo que nos corresponde. Son tiempos
estos de pelear duro, de manifestarse hasta que nos dejen y de hincar dientes
en labio para hacerlo sangrar, porque Elena se tambalea y con ella todos
nosotros , que no somos más que espejo de su tristeza.
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