jueves, 5 de diciembre de 2013

VIVO SIN VIVIR EN MÍ


Luis P. escucha, envuelto en su manta, la televisión que Luisa, la anciana que vive en el primero, pone a todo volumen , para que le haga compañía. Le hace gracia escuchar que no van a imputar a la infanta y ríe con ganas, ronco perdido, cuando hablan de los tantos euros que le han birlado al fisco. Rebusca en el bolsillo de su gabardina y encuentra con la yema de los dedos el euro que le dio una niña que se paró a mirarle, que le servirá para quitarle el frío de la madrugada, con un café manchado.                                                   La noche se le ha echado encima y un borracho se oye a lo lejos, trasteando entre desperdicios y contenedores repletos. Las ratas acechan en la oscuridad y la caja que rodea su cuerpo, en la que se protege, es débil coraza frente a ellas.                           Adormecido por la televisión de Luisa , tumbado a medio cuerpo, ladeado y hundido, en el escalón de su portal, cerrado a cal y canto, parece que duerme, pero medita. Piensa en lo que es la vida y ríe, de nuevo ríe, porque es divertido saber que los demás están en sus casa , creyéndose protegidos, cuando todo se hunde y se dispersa , como en la época glaciar , que él tan bien conoce , porque era profesor de instituto. Ahora que tiene la luna plena en sus espaldas, pegada con el frio , que da la estancada de las nubes y las lagrimas del rocío , sabe de verdá, lo que aquello significaba.                                                      No le importa la imputación de la infanta, ni que los corruptos queden libres, ni siquiera que los asesinos pueblen de nuevo las calles, a él solo le importa la glaciación, el frio y sobrevivir a una noche más, en la calle, porque la humedad que brota del mar se expande por las aceras y los escalones de mármol, antiguos como en el que duerme él, traspasándole la intemperie y la helada, a todos sus viejos huesos.                                      Cuando se está adormilando , se apaga la televisión y sabe que Luisa , con sus muchos años a cuestas , se va para la cama , porque ya ha echado la primera cabezada larga de la noche y ahora va a descabezarse, insomne perdida, a la cama marital , que ahora solo ocupa su cuerpo. Sabe que Luisa ya casi no baja a la calle, nunca si hace tanto frio y teme que sea- éste- el último año , que los dos , pisen de nuevo la calle nueva , uno pegado al cajero automático que le sirve de refugio los días que arrecia el cielo y la otra , mirando ensimismada los escaparates , que se visten de Navidad para acentuar el consumo. Porque la glaciación no cesa y las infantas, los corruptos, los asesinos, no cuentan, solo el frío en las piernas, los pulmones espumados y rotos, las ratas que acechan y el hambre de calor humano, lo que asesina la espera.

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