viernes, 18 de octubre de 2013

EL SALTO DE BAUMGARTNER


Lo deberíamos haber visto, pero nos cegaron las estrellas. Cuando Baumgartner saltó , lo hicimos todos, desde cualquier confín de la tierra. Saltaron los africanos por la valla de Melilla, saltaron los eritreos por las aguas de Lampedusa y saltaron los parados sin desempleo, los preferentistas sin ahorros y las amas de casa, sin hueso, que poner al puchero. No se ven en las páginas de prensa, noticias de Siria, pero sí de Cataluña. No se ve la marginalidad, las ropas carcomidas, como residencia, de un indigente, a la puerta del baloncesto de los niños.                                                                                                La vida se levanta rara y desvaída, se levanta con Wassap , que se mandan las madres y la profe , para hacer una tutoría virtual, cuando hay muchas, demasiadas, que buscan trabajo limpiando , por seis euros a la hora.                                                                                Los niños van al colegio con el estómago contraído, pero con zapatos gorilas de los chinos o del mercadillos, pero enlucidos,  que no se diga, que esto es Andalucía y aquí las miras son un direte y nadie quiere que a sus hijos les señalen como pobres. Piden ropa usada, para los drogodependientes en reinserción , en el colegio y en los corrillos se dice que irán a suplir a las bolsas de basura, hermanadas con ellas, acarreando restos que cada vez son menos, como los salarios, los trabajos y el dinero,  que entra en las casas. La ropa usada se trueca, por otra también usada , pero planchada y lavada con esmero , para que dure , que ahora no hay , pero no se nota , porque da vergüenza confesarlo en voz alta. Es la misma vergüenza que Francisco decía de Lampedusa, la que no tienen los que van en coches con chófer al Congreso y se ponen a discutir de quién ha metido más la manga en el chocolate , mientras los llanos se mueren de inanición, por no morirse de asco. No lo sobrellevamos , sino que nos compadecemos de nuestra imagen en los escaparates que se perfuman, ya de esencias de Halloween y de mazapanes , que la cosa es vender , en un mercado que no levanta cabeza , porque la columna vertebral nos la han roído , los que se quedaron con nuestro resuello.                  Nos da coraje varar, nos da suplicio el retranqueo, la soledad y el hastío, de sentirnos masticados y escupidos. Ya no vivimos , sino que fingimos vivir, a dos patas y sobre nuestra propia autoestima. Han llegado –ya- de tanto olernos a carroña, los buitres, los saldadores, los estafadores y los que nos quieren curar, sin saber nosotros bien, de tantos, cuál es el mal , que nos llevara a la tumba.                                                                    Lo deberíamos haber visto, pero nos cegaron las estrellas y nos hemos dado un hostiazo , igual que los que saltaron la valla y están siendo deportados, los que cruzaron el mar para llegar a Lampedusa y no son más que carnada amorosa , para peces de bajura.

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