jueves, 13 de junio de 2013

LAS GORDAS MIENTEN

Mi endocrina lo sabe, lo supe al mirar sus ojos esquivos mientras le estaba explicando que era puramente espartana. Las gordas mentimos, los enfermos en general también, pero las gordas, somos perfectas en eso.                                                                                  Me puso una dieta de mil quinientas calorías, que le juré por la manta de Carlitos que la seguiría al pie de la letra y no habían pasado seis horas, cuando ya le había puesto los cuernos. Supongo que es cosa de la genética, porque he visto mentir, por amor al gozo bucal y estomacal, a mi abuela, en la consulta del oftalmólogo y del cardiólogo….“que no, que yo no me salto la dieta, berza solo con verduras”. En realidad , es mentir por amor a la buena vida, a las comidas suculentas o por protagonizar una forma de entender las cosas , que tiene poco o nada que ver , con el mundo expreso, al que nos obligamos todos los puñeteros días.                                                                                                                    Mi abuela decía muy sabiamente que cuando no tenía ni para comer, estaba delgada como una raspa y que cuando las cosas le fueron bien, la obligaron a no hacer excesos, para conservar una salud que antes, en la delgadez, era precaria de beneficios suculentos, porque no se los podía permitir , por su escasa fortuna.                                                    Las gordas presentes nos justificamos con que tenemos los huesos anchos o con que somos así por naturaleza, no es mi caso, que sé que soy infiel a las dietas, igual que lo soy a las recetas de comida, por puro aburrimiento,  porque ya me dirán qué bueno hay en saber lo que vas a comer cada día y es más, qué narices hay de mágico, en repetirlo hasta la saciedad. Supongo que por eso, me dedico a esto que no tiene estabilidad, ni nombre, ni consideración, más que la de ustedes que están ahí, más buenos que el pan de horno, pero aún así, no se crean, hay veces que también me cansa, que ayer sin ir más lejos me ofrecieron ser colaboradora de un periódico y  rasgue la proposición con la misma indiferencia que si fuera la túnica de una vestal, mirando para otra parte. En tiempos me hubiera emocionado o al menos la hubiera contestado, pero será como dice Amparo Butrón que nos estamos haciendo viejas, maduras diría ella, que me repasaba los escritos para corregirlos, mucho antes de convertirse en maestra. No sé , también tendrán que ver con la edad , los kilos, porque están ahí , ufanos y rebosantes de grasa, movibles a poco que dances con ellos y pacientes, practicantes y devotos, como una pía, sin el vicio de abandonarme por la crisis, porque siempre habrá un chino cerca , donde las palmeras de huevo se puedan comprar por un euro. ¡Pobre de mi endocrina, la qué le voy a dar!, ella toda delgada y ascética, espartana de lo que predica, con su batita blanca y su ordenador en marcha, viendo mis analíticas y pensando” cómo esta jodida gorda no tiene ni el azúcar, ni el colesterol alto” .

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