viernes, 31 de mayo de 2013

EL SÍNDROME DE ELENA


Una supuesta amiga me confesó que siempre había estado enamorada de su marido, que ya en la Facultad le hacía ojitos, pero que la vida los había mareado, para hacerlos reencontrarse años después, tras dos relaciones fallidas.                                                                Me dijo tantas cosas y tan sentidas , que lo creí a pies juntillas, para darme cuenta- ayer- de que hay algunos que , sin ser políticos ni banqueros , mienten más que respiran. Cuando miramos las noticias es cierto que las vemos como cercanas, porque comemos o sesteamos con ellas e incluso su ausencia, nos a un sentimiento de soledad y vacío, pero tanto nos hemos acostumbrado a ellas, a sus mentiras a medias, a sus verdades muy difíciles de digerir, que nos hemos transformado , empezando a fantasear en lo cotidiano.                                                                                                                               Fantaseamos de un gran piso que no podíamos pagar o de un país donde nos recogerían de la patera, con los brazos abiertos. Hemos creído el sueño de un príncipe que se casó por amor con una plebeya y hemos creído que un solo hombre con un partido atrás, nos sacaría de la crisis y nos daría a todos, como predicaba en los mítines, trabajo a espuertas.  Hemos creído que nuestros ahorros estarían seguros, porque nunca los podrían robar los ladrones dentro de un banco y jamás nos echarían del trabajo con 50 años con un contrato fijo, de por vida.                                                                                                                        El síndrome de Elena nos tiene preñados a todos de mentiras, mentiras respiradas a la hora del café, en el corrillo de los niños o en las clases de catequesis. Mentiras adobadas de sueños, desilusiones y pesadillas, de piel a piel, porque somos compulsivos a la hora de mentir, compulsivos en nuestros afectos, en decirnos guapas y guapos, inteligentes y por detrás soberbios, en hacer pelotas de carretero, como escarabajos auténticos, enmierdados por dentro de tanto doblar la espalda, para poder seguir viviendo.                                                           Sociales y en sociedad le llaman a algunos, a no reventar para acordarte de los difuntos, en mixtura maoísta, asociales y psicóticos, aquellos que se alejan de la farándula y el ruido de elogios patéticos, del recoger de velas, del ir tras lo que puede beneficiarte y de seguir el paso del rebaño de ovejas.                                                                                        Porque enhorabuena nos hemos enterado de que hay crisis para rato, enhorabuena que vemos peligrar nuestro paraíso soñado, de vivir hasta los noventa con jubilación asegurada y queremos bajar la cabeza y levantar los cuartos traseros y enterrarla a la altura del cuello y que nos salgan plumas y pongamos huevos, de kilo y medio. Enhorabuena Elena, porque ni eres mártir, ni eres santa, ni hubo matrimonio, ni estabas casada y solo era interés y no amor y cuando se acabó, quedó la pensión, las rentas, la sociedad, esa, que mola mazo y el café de por la mañana, con los compañeros para hablar de hijos que no has de tener y de pisos que no has de habitar, palabras acusadoras de falacias, vientos de miseria hipócrita, síndrome de verdades mentidas, a pies juntillas y rodillas hincadas.

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