Cuando vio movimiento
en el aparcamiento del Súpersol, pensó que cambiarían alcantarillas, luego
empezó a ver los hierros adhiriéndose a la fachada y ya se dio cuenta de que a
allí se tejía algo, pero nunca pensó lo mucho que rompería de su vida. En el
momento que tuvo forma, un escalofrió le recorrió todo el cuerpo, pero ni aún
así pudo darle mucho rédito.-¿Sigues firme en tu empeño?- le susurró su novio, esa
mañana. Y ella solo contestó- sí. Pero solo fue ver “la Manduca” en marcha y
verlo a él , en el mostrador, que los sentidos se le volvieron locos.-Es una
cafetería más- dijo su novio, al pasar por su lado. Pero ella solo lo miró a
él, al argentino de enormes ojos negros y dedos morenos, diciendo aturrulladamente…-
anda vamonos, ya.
Luego esa noche, abrazada a su novio, tuvo sueños sofocados
de ojos negros que la miraban y manos de dedos morenos, que la amasaban. Se despertó
sudada. Tanto , que su novio, se extrañó y le tocó la frente , preguntándole; -¿estás
mala?.
Y sí que estaba mala, porque desde las estanterías de dietéticos del
Súpersol, se llevó una hora mirándolo. Día tras día, escondidas entre los
estantes del pan integral, o en la línea de caja, o tras los chicles sin azúcar
o en la oferta de adelgazantes, lo miró, devorándolo con los ojos. Lola ya era
otoñal y menopáusica, pero sabía cumplir promesas y le había jurado a su novio
que persistiría en lo suyo. Así que, como mujer de palabra que era y sabiendo
muy grande la tentación del argentino, no pasó por el Súpersol, ni aparcó el
coche cerca de la avenida de la libertad, para no sentir la tibieza de ese
calor, esa ansiedad y esa furia desmedida, que se le hincaba en los pies, le subía
por las rodillas, hasta apretarles los muslos, la barriga y secársele en la
garganta.
-¡La madre que me parió!- se decía todas las mañanas, levantándose
ojerosa, pálida y desmadejada.
- ¡La madre que la parió!- decía su novio, sin
decírselo a ella, porque se le quemaba la comida, se le olvidaban los recados y
perdía conciencia como si estuviese abstraída, en algo muy importante.
-¡¡La
madre que la parió!!- decía su madre octogenaria, cuando la vio toda colorada y
atolondrada, como adolescente, emotiva, difusa y llorona.
-¡La madre que la
parió!- pensó su hermana, al comentárselo su madre y hasta su futuro cuñado-¿no
se habrá ésta enamorado y le está poniendo las pilas, a este desgraciado?.
Pero
Lola no era infiel, ni esquiva. No era atolondrada, ni adolescente. Lola era
genuina y decidida, tanto, que ahora se planta ante él, ese argentino que le
quema sus sueños, con sus ojos negros y sus dedos morenos, para declarar a voz
viva, la seguridad de sus intenciones, diciendo…
-Póngame dos empanadillas
criollas, que voy a mandar al régimen y la promesa que hice a mi novio, a hacer
puñetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario