viernes, 26 de abril de 2013

LA MANDUCA


Cuando vio movimiento en el aparcamiento del Súpersol, pensó que cambiarían alcantarillas, luego empezó a ver los hierros adhiriéndose a la fachada y ya se dio cuenta de que a allí se tejía algo, pero nunca pensó lo mucho que rompería de su vida. En el momento que tuvo forma, un escalofrió le recorrió todo el cuerpo, pero ni aún así pudo darle mucho rédito.-¿Sigues firme en tu empeño?- le susurró su novio, esa mañana. Y ella solo contestó- sí. Pero solo fue ver “la Manduca” en marcha y verlo a él , en el mostrador, que los sentidos se le volvieron locos.-Es una cafetería más- dijo su novio, al pasar por su lado. Pero ella solo lo miró a él, al argentino de enormes ojos negros y dedos morenos, diciendo aturrulladamente…- anda vamonos, ya. 
Luego esa noche, abrazada a su novio, tuvo sueños sofocados de ojos negros que la miraban y manos de dedos morenos, que la amasaban. Se despertó sudada. Tanto , que su novio, se extrañó y le tocó la frente , preguntándole; -¿estás mala?. 
Y sí que estaba mala, porque desde las estanterías de dietéticos del Súpersol, se llevó una hora mirándolo. Día tras día, escondidas entre los estantes del pan integral, o en la línea de caja, o tras los chicles sin azúcar o en la oferta de adelgazantes, lo miró, devorándolo con los ojos. Lola ya era otoñal y menopáusica, pero sabía cumplir promesas y le había jurado a su novio que persistiría en lo suyo. Así que, como mujer de palabra que era y sabiendo muy grande la tentación del argentino, no pasó por el Súpersol, ni aparcó el coche cerca de la avenida de la libertad, para no sentir la tibieza de ese calor, esa ansiedad y esa furia desmedida, que se le hincaba en los pies, le subía por las rodillas, hasta apretarles los muslos, la barriga y secársele en la garganta.
 -¡La madre que me parió!- se decía todas las mañanas, levantándose ojerosa, pálida y desmadejada.
- ¡La madre que la parió!- decía su novio, sin decírselo a ella, porque se le quemaba la comida, se le olvidaban los recados y perdía conciencia como si estuviese abstraída, en algo muy importante.
-¡¡La madre que la parió!!- decía su madre octogenaria, cuando la vio toda colorada y atolondrada, como adolescente, emotiva, difusa y llorona. 
-¡La madre que la parió!- pensó su hermana, al comentárselo su madre y hasta su futuro cuñado-¿no se habrá ésta enamorado y le está poniendo las pilas, a este desgraciado?. 
Pero Lola no era infiel, ni esquiva. No era atolondrada, ni adolescente. Lola era genuina y decidida, tanto, que ahora se planta ante él, ese argentino que le quema sus sueños, con sus ojos negros y sus dedos morenos, para declarar a voz viva, la seguridad de sus intenciones, diciendo…
-Póngame dos empanadillas criollas, que voy a mandar al régimen y la promesa que hice a mi novio, a hacer puñetas.

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