Tenemos un virus
encima, es escalofriante. No se salva ni la nobleza, ni los altos cargos, ni
siquiera la iglesia. Todos van cayendo y los de abajo, los vemos caer con
fiebres y sudoraciones en las pantallas de plasma que estamos pagando y nos da
pábulo el pensar que seremos los siguientes en desterrarnos, sin tierra a la
que llamar nuestra. Pero es
claro que nos preparamos para la plaga , porque nos llega sin dudar, en forma
de adulaciones a profesores , para que el niño vaya bien en el curso, con
estirones de pellejo y apretones de espalda, para ver si nos dan un trabajito,
con bajar la mirada y subir las traseras, todo sea conseguir lo que queremos,
aunque sea pura miseria.
No es un virus pasajero, este puñetero que nos acosa, sino que ha hecho
mella ahondando en nosotros, comiéndonos la autoestima, la dignidad y la
ilusión, rompiéndonos el ADN de humanos y convirtiéndonos en marionetas , gente
gastada que mata a los Quijotes y se convierte en Sanchos galopantes por
chiquillerías, lloreras de lo que fue un BMW , ahora convertido en
calabaza.
En un mundo en que los limosneros han vuelto a la actualidad de las esquinas locales, donde los desahucios
cansan y los bancos de alimentos es lo poco que resta de lo mucho que fuimos
ayer, nos llaman fascistas en la cara y nos quedamos tan anchos, porque nos la
bufa, ya por desgracia casi todo, acostumbrados como estamos a que todo nos
pase por encima y que lo impensable se haga realidad.
Los Eres han dejado su collar de espinas en cualquier cuello, tenemos
resignada la carne al castigo y resignada el alma a la penitencia, resignado el
destino de ver a los alemanes, escupiéndonos su indiferencia y aún presumimos de
que no fuimos idiotas por vender nuestra alma al diablo -por cuatro pesetas-
que ni siquiera nos han dado todavía. Tenemos un virus encima, del que no se
salva ni la nobleza, ni los altos cargos, ni siquiera la iglesia. Todos van
cayendo expoliados por lo que hicieron, por lo que fueron, por lo que nos
robaron de nuestra honestidad, pero se siembra esta plaga y nos acoplamos a
ella, nos vemos capaces de sobrevivirla tragando ascuas de infierno y vomitando
nuestras propias heces, porque queremos ser ellos , como antes quisimos ser los
grandes hermanos que vivían del cuento y nos inspiramos en sus hazañas, las
seguimos en las pantallas, ávidos por ser como ellos, ganar como ellos y que no
nos cojan como a ellos, porque no queremos pagar, que ellos paguen, sí, porque
se lo merecen , porque nos han fallado, nos han roto el sueño de triunfar a
cualquier precio, han explotado la burbuja de chicle y se les ha quedado pegada
a las barbas, pero encima encuentran quienes se las quiten con mimo y nosotros
pagamos el trabajo, porque lo valemos, porque estamos hechos para pagar, para
sufrir y para penar, para soportarlos a todos y mecernos con ellos, resignados
a pastar.
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