miércoles, 31 de octubre de 2012

LO ÚLTIMO QUE NOS QUEDA



La víspera del día de los muertos, de amanecida, Tarifa se levantó levantisca y con cara de sueño. La mar estaba brava , con la niebla espesa corriendo las olas. Desde el castillo de Guzmán el bueno, se podía ver la lejanía empañada por la neblina húmeda que constreñía las piedras viejas y las aguaba de salobre marina.
Nadie los vio llegar , porque era muy temprano y el frío de los otoños crecidos y sobre todo el paro pesquero , hacía que playas deshabitadas y muelles cansinos, fueran poco más que trasiego de nadas que boquear el viento.
Nadie los vio llegar, pero se fueron agrupando, tal como los paría el mar, llorosos de bruma y de marejada, sin carne en las manos , ni ojos que otear, ni ropa, más que jirones que sostener los huesos.                                                                                                           Salían de las olas , cayéndose en la arena, tropezando unos con otros, sosteniéndose por hilos invisibles, amarronados, como la tierra reseca, unos ,pequeños y altivos, frente al levante, otros , encorvados, mujeres y hombres, en una larga cadena que una vez fue humana.

Sin decir palabra se fueron poniendo en movimiento, primero lentamente, luego a paso apresurado. En el pueblo no los echaron en falta, porque nunca habían llegado, pero sí que los presintió en sus sueños Amed , sobreviviente de una patera, que despertó bruscamente en su hogar de acogida y desvelado ,se levantó, para prepararse un té, subiendo la persiana y mirando al día que se hacía, con presagios de muerte ajena.
Se les iban uniendo gente nueva, en la carretera, atropellados, desde las cunetas, revenidos a la tierra, saltadores de tapias de cementerio, huesos frágiles que andaban sobre pies desnudos, cráneos pelados, junto a cabelleras que se burlaban del tiempo, uñas crecidas y llenas de tierra.
Todos iban cogiendo camino, todos iban hermanados, hacia un destino común que no sabían muy bien cuál era. Los pocos conductores que los cruzaban en su paso , de marcha solidaria, no los veían o creían que serían una manifestación más de jornaleros, agudizando la mirada para intentar ver los eslóganes y las banderas y extrañándose de que no hubiese ninguna.
Mauro, el médico chileno del Punta Europa, sí que los reconoció porque había conocido demasiados casos de desaparecidos, de muertos encontrados en tumbas sin nombre, torturados y amordazados de muerte y revenidos de ira agresiva, como para no sentir esa indignación de olvido que los empañaba, esa frustración cadavérica que los acogía en su seno, haciéndolos a su vez tan fuertes y tan débiles.
Pasaban por pueblos, por ciudades, siempre en silencio, recorrían callejuelas y solo los niños y los viejos gritaban su nombre , los demás -afanados en sus quehaceres -les dejaban correr en paz, para impregnarlos de desidia.
Cuando ya eran masa y por el paso de las horas cruzaron Sol, supieron su destino… llegarían hasta el Congreso y una vez dentro , se enfrentarían con ellos, con los que con tanta nada les habían negado la esperanza.

Ya en las cercanías se encontraron con mucha gente y les asustaron sus gritos de bienvenida y se unieron a sus risas y a sus cantos. Algunos, les aplaudieron por lo bien que iban disfrazados, incluso hubo un guardia que quiso tomarles sus datos para ponerles una multa, por manifestarse ilegalmente, pero se retiró en cuanto vio la muerte sesgada en sus ojos y las olas que los condenaron al fondo de la mar y la soga que quemó la garganta que gritaba.
Así que , en grupo, solo acompañados por los que tanto se dolían como ellos, derribaron las barreras y entraron silenciándose los gritos de protesta, cayéndose los eslóganes , temeroso- el mundo- de lo que allí ocurría.                                                                                
 Pero al llegar al hemiciclo y enseñar sus huesos pelados, su carne ahogada, sus sufrimientos, su desengaño, a los que allí discutían, solo encontraron la nada, de la obviedad de saberse ignorados, perdidos para siempre en el olvido.

Quisieron llorar, pero no tenían ojos , se los habían devorado las alimañas. Quisieron gritar, pero las lenguas, estaban resecas y solo eran colgajos cárnicos. Así que pensaron en dejarse vencer allí, hasta que uno de ellos, que no levantaba un palmo, vio un ratón saliendo de un agujero y se echó a reír y otro le siguió y muchos lo hicieron y se escuchó que las maderas viejas crujían de vida , porque los muertos se levantaban y pisaban la tierra.
Quizás, pensaron , mientras que volvían con  la noche en sus espaldas, lo último que nos queda es eso, tierra, mar, horizonte y hermandad, en silencio o con risas, caminar sobre las aguas.

2 comentarios:

  1. Todos los años pienso en la generación africana que ha quedado en el Estrecho. Algún día nos pasarán factura. Cuando se me abre la vena literaria me pregunto también qué será de quienes les conducen, previo cobro, a la muerte...

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    1. Espero que si hay infierno ardan en él, como en el cuento del nazi oculto de S King , no sé si lo has leído

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