Los zapatos de Ángeles
Flor me han dejado insomne. También puede ser que sea el cumpleaños de mi hijo
mayor o la secuencia de cumpleaños que vienen tras éste, porque parece que
nacimos en fila y vamos desbrozando las hojas del calendario, todos los de mi
familia, uno tras otro.
La mayoría de edad de mi primogénito, su salida a la universidad, no es
moco de pavo, pero parirlo tampoco, si no me creen, imagínense- si han
desayunado y no les es engorroso -pasar más de cuatro kilos de carne blanca por
el canal de parto. Vamos, cómo para olvidarlo.
Pero hay más
connotaciones en la vida y no son solo las de parir de dentro para fuera, sino
las de parir de fuera para dentro, esas que te borran los ojos y te hacen otros
como hizo la Quirós conmigo, devolviéndome, no la vista, sino los colores perdidos,
el gusto por el arte o el ver los zapatos de Ángeles flor y pensar en lo jodidamente
bien que le debían haber sentado a la Cenicienta. Y es que los amigos te hacen
rellenarte por dentro los huecos del alma, te dan ideas, te regalan conceptos y
te hacen mejor y más completo. Desde la azotea de la Quirós se ve el cielo
gaditano que no tiene secretos, pero sobre todo se ven sus trazos, cómo los
circunscribe al lienzo amarrándose a ellos, se ven los zapatos de la Flor , puntiagudos
de pinceladas afines, transmutados en orgullosas creaciones , etéreamente paridas,
como mi niño de 18 , a base de empujones de” te quieros”. Es
una parida envejecer, ver a tus amigos morir y enviar a los niños a hacerse
mayores, a darte esperanzas de inmortalidad, cuando ésta no pesa y lo que pesan
son los kilos y los años y la ausencia de los que se fueron , que te rebotan en
el cerebro porque no los puedes dejar de escuchar , porque hace mucho que han
muerto pero siguen presentes en tu tristeza. Los
zapatos de Ángeles Flor me han dejado insomne, si no por qué estaría antes de
la seis de la mañana pegando letras en una hoja hipotética y virtual que será
carne de ordenador, de tiempo, de olvido y de la nada más absoluta en cuanto
salga impresa y se lea y se recicle-con suerte – y se convierta en algo amorfo
y rellenado de nuevo a la vida.
Hay noches que se
transmutan en días, como los zapatos de la Flor, museos andantes de las
caminatas, elecciones de arte para plantártelos a las suelas de tu destino,
porque hay veces que te pesan los recuerdos y los espacios vividos y los amigos
extrañados y las risas gastadas y el tiempo ido. Hay
veces que volverías a las excursiones de las Carmelitas, a los nervios
mañaneros, al estomago revuelto, a Juana Fernández López con sonrisa de conejo,
a las Aguilar, a la hermana Amparo, a las yerbas recién cortadas de la plaza de
España y no puedes porque suena el despertador y revienes.
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