viernes, 21 de septiembre de 2012

EL CUMPLEAÑOS DE MI NIÑO


Los zapatos de Ángeles Flor me han dejado insomne. También puede ser que sea el cumpleaños de mi hijo mayor o la secuencia de cumpleaños que vienen tras éste, porque parece que nacimos en fila y vamos desbrozando las hojas del calendario, todos los de mi familia, uno tras otro.                                                                                                                 La mayoría de edad de mi primogénito, su salida a la universidad, no es moco de pavo, pero parirlo tampoco, si no me creen, imagínense- si han desayunado y no les es engorroso -pasar más de cuatro kilos de carne blanca por el canal de parto. Vamos, cómo para olvidarlo.                                                                                                                     Pero hay más connotaciones en la vida y no son solo las de parir de dentro para fuera, sino las de parir de fuera para dentro, esas que te borran los ojos y te hacen otros como hizo la Quirós conmigo, devolviéndome, no la vista, sino los colores perdidos, el gusto por el arte o el ver los zapatos de Ángeles flor y pensar en lo jodidamente bien que le debían haber sentado a la Cenicienta.                                                                                                           Y es que los amigos te hacen rellenarte por dentro los huecos del alma, te dan ideas, te regalan conceptos y te hacen mejor y más completo. Desde la azotea de la Quirós se ve el cielo gaditano que no tiene secretos, pero sobre todo se ven sus trazos, cómo los circunscribe al lienzo amarrándose a ellos, se ven los zapatos de la Flor , puntiagudos de pinceladas afines, transmutados en orgullosas creaciones , etéreamente paridas, como mi niño de 18 , a base de empujones de” te quieros”.                                                                        Es una parida envejecer, ver a tus amigos morir y enviar a los niños a hacerse mayores, a darte esperanzas de inmortalidad, cuando ésta no pesa y lo que pesan son los kilos y los años y la ausencia de los que se fueron , que te rebotan en el cerebro porque no los puedes dejar de escuchar , porque hace mucho que han muerto pero siguen presentes en tu tristeza.                                                                                                                              Los zapatos de Ángeles Flor me han dejado insomne, si no por qué estaría antes de la seis de la mañana pegando letras en una hoja hipotética y virtual que será carne de ordenador, de tiempo, de olvido y de la nada más absoluta en cuanto salga impresa y se lea y se recicle-con suerte – y se convierta en algo amorfo y rellenado de nuevo a la vida.                                                                                                                                           Hay noches que se transmutan en días, como los zapatos de la Flor, museos andantes de las caminatas, elecciones de arte para plantártelos a las suelas de tu destino, porque hay veces que te pesan los recuerdos y los espacios vividos y los amigos extrañados y las risas gastadas y el tiempo ido.                                                                                                       Hay veces que volverías a las excursiones de las Carmelitas, a los nervios mañaneros, al estomago revuelto, a Juana Fernández López con sonrisa de conejo, a las Aguilar, a la hermana Amparo, a las yerbas recién cortadas de la plaza de España y no puedes porque suena el despertador y revienes.

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