domingo, 25 de diciembre de 2011

EN LA NOCHEBUENA


El puente Carranza -la nochebuena, a las cinco de la tarde- era algodón de azúcar, entibiado el cielo por una neblina espesa que no había conseguido acallar un inexistente sol, en todo el día.

La Avenida era plató de películas de zombies con nadie, más nadie, que una africana vendedora de cachivaches , esplendida en su esplendidez de hembra hermosa y altiva, cabeza orientada al estadio, culo a la playa victoria y un chino, que juraría que lloraba porque sabía que no regresaría a su tierra ya más nunca y se moriría de pena y de asco, allí mismo , en mitad de esa avenida vacía, un día prenavideño. La negrita no portaba corona, sino bandeja de collares y esperaba turno de coches para cruzar al otro lado,donde tampoco se veía nadie, más que el chino que parecía que lloraba.

Solo dos tiendecitas estaban abiertas a aquellas horas, una , un chino , chino, de los de ahora y otra un chino reciclado de las antiguas tiendas, aquellas, primeras, ¿recuerdan?, de los veinte duros que aún exhibe contenta y famélica en su fachada,un cartel, sobre el escaparate, donde reza "todo a 100,300 y 1000".

El casco antiguo es hervidero de guiris que se han salido rebotados de un enorme buque que sobresale por el muelle, pareciendo postal navideña, sin árboles , ni villancicos, sólo felicidad enlatada, irrisoria e irreal, como la vida misma, alternando, estos bancos arios -que dan tanta envidia porque nosotros no podemos cabalgar los mares en buques de tamaña envergadura , ni ya en barquitos de papel y muchos menos en el vaporcito-con los vagabundos, que arriendan casapuerta y huecos de bancos que cierran sus puertas y desahucian pisos, mientras ellos se ríen -desdentados- manchando sus aceras de orines y desalojos, de lágrimas secas y risas vacías.

No hay nada más que los pasos de mis hijos y la vejez de mis padres, su ancianidad presente en mis canas y su juventud sobrevenida en mis arugas y en hacerse mayores y acercarnos todos al precipio que es la vida, que nos recicla sin orden, ni concierto , por lo menos para nosotros que nos adherimos como las moscas al papel engomado, en lo que sea, quizás una mesa, buena comida y gente que queremos y odiamos para creernos invencibles y que llegaremos y podremos con todo, cuando somos pobres hormigas condenadas al holocausto que es respirar y seguir viviendo.

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